A lo largo de una trayectoria tan larga y prolífica como llena de proyectos quijotescos se ha confirmado no solo como uno de los cineastas más iconoclastas de su generación sino también como algo parecido a un icono pop. Este fin de semana, la Academia del Cine Europeo (EFA) le ha otorgado un premio en honor a sus cinco décadas de carrera.

-Señor Herzog, ¿a usted le importa recibir premios honoríficos?

-No sirven para nada. Y me parece inapropiado un premio como este precisamente ahora, cuando trabajo mucho más que nunca antes. En los últimos 12 meses, en cambio, he estrenado nada menos que tres largometrajes; y ahora mismo debería estar acabando de montar una película. Será mejor que el próximo premio honorífico me lo den cuando esté postrado en una silla de ruedas.

-Entre todas sus películas, ¿hay alguna por la que sienta especial predilección?

-No, las amo todas. Me molestan esos directores que dicen: «Odio mi última película, en la próxima sí que voy a innovar de verdad», y luego se dedican a hacer un cine cada vez peor. Yo, insisto, no me arrepiento de nada.

-En la nueva ficción del universo Star Wars, la serie ‘The Mandalorian’, usted interpreta a un villano. ¿Qué siente al formar parte de una saga tan célebre?

-Hace poco celebraron un preestreno de la serie, y entre la audiencia había unos 800 fans adolescentes. Y sus reacciones durante la película, todos esos espontáneos aullidos de placer, me dejaron boquiabierto; nunca había experimentado algo así. Es una locura: no tengo más que hacer un comentario escueto acerca de The Mandalorian en la prensa para que, de repente, 50 millones de personas discutan sobre ello en las redes.

-¿Qué opina de los cambios que el paisaje cinematográfico está experimentando?

-Son inevitables, y yo no soy nostálgico en absoluto. El streaming me parece fantástico. Actualmente, 50 o 55 de mis películas están disponibles en internet; recibo emails entusiastas de chavales de 15 años que han visto El enigma de Gaspar Hauser (1974), que rodé cuando sus padres aún no habían nacido. Es fantástico.

-Pero el streaming también tiene efectos negativos, ¿no cree?

-Los adolescentes ya no van al cine, claro, porque no les gusta estar a oscuras ni sentarse al lado de gente a la que no conocen. Pero tampoco leen en absoluto, y eso me parece mucho peor. Yo siempre recomiendo a los alumnos de mis cursos de cine que lean sin parar.

-Pese a que usted organiza esos cursos, al mismo tiempo es muy crítico con las escuelas de cine. ¿Por qué?

-Porque solo sirven para homogeneizar a los potenciales cineastas y prevenirlos frente al riesgo. Les enseñan demasiada teoría cinematográfica, que en mi opinión es la muerte del cine. Toda la teoría que se necesita para ser director se aprende en una semana. El resto se aprende rodando.

-Usted rodó varias de sus películas en circunstancias extremas. ¿Cree que el peligro y el miedo pueden resultar inspiradores?

-No, no soy nada temerario. Sobre mí se dice que suelo arriesgar las vidas de mis actores, y eso es una falacia. Ninguno de los actores con los que trabajé a lo largo de 70 películas sufrió una herida o lesión.

-Usted, en cambio, recibió un balazo en 2006, mientras daba una entrevista en plena calle.

-Fue una bala insignificante. Antes de alcanzar mi cuerpo atravesó mi chaqueta de cuero y un catálogo que llevaba dentro, así que no penetró en el abdomen. Tan solo sangré un poco. Si aquel loco quería matarme, tendría que haberme disparado a la cabeza.