Terminada la guerra civil, proliferaron los llamados "topos de la posguerra"; hombres que permanecieron durante años y hasta décadas escondidos de la furia de sus perseguidores en agujeros que ellos mismos habían construido: desvanes abandonados, falsos fondos de armarios, casas en ruinas. Literalmente enterrados en vida, no abandonaron sus refugios hasta que en 1969 la dictadura franquista promulgó un decreto por el que prescribían todos los presuntos delitos cometidos antes del 1 de abril de 1939. En ellos se centró el libro seminal 'Los Topos', escrito por Manuel Leguineche y Javier Torbado en 1977, y desde entonces han hablado de su caso ficciones cinematográficas como 'El hombre oculto' (1971) o 'Mambrú se fue a la guerra' (1986). Pero hasta ahora ninguna película se había centrado tanto en el sufrimiento de esos hombres como lo hace 'La trinchera infinita', presentada este domingo a concurso en el Festival de San Sebastián.

Dirigida a seis manos por Jon Garaño, Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi -consagrados desde este certamen gracias a sus largometrajes 'Loreak' (2014) y 'Handia' (2017)-, la película llega en el momento adecuado para funcionar a modo de reflejo perfecto de la España actual, en la que la sociedad parece casi tan dividida como hace 70 años en dos bandos y en la que las banderas y otros símbolos convierten en enemigos a vecinos acostumbrados a vivir puerta con puerta. "Nuestra intención fue proponer un diálogo entre el pasado y el presente, para que el espectador de hoy vea que las ropas cambian, pero las inquietudes son siempre las mismas", asegura Goenaga en ese sentido. Teniendo eso en cuenta, resulta particularmente decepcionante el enfoque que 'La trinchera infinita' acaba adoptando.

Mientras observa a un hombre (Antonio de la Torre) que tras el estallido de la guerra civil se ve condenado por sus ideas a un encierro doméstico que se prolongará durante más de 30 años, la película podría haber usado la tragedia sostenida de su protagonista como intrépido repaso en 'off' a una etapa crucial en la historia de España; también podría haber decidido ahondar en los implacables mecanismos del miedo, poniendo el foco en la dañada psicología de un hombre que transita la fina línea que distingue el valor de la cobardía y en el proceso acaba destruyendo a su familia. Y lo cierto es que esos son temas que por los que la película inicialmente parece interesarse, hasta que decide prestar toda su atención a portadas del 'Hola!' y arrugas de látex, y al tipo de conflictos domésticos que inevitablemente evocan las tribulaciones de la familia Alcántara.

Para entender el tipo de hondura psicológica que le falta a 'La trinchera infinita' no hay más que fijarse en 'The audition', que también ha presentado este domingo su candidatura a la Concha de Oro. Dirigida por la alemana Ina Weisse, es la historia de una profesora de violín que, mientras se sumerge en la instrucción de un niño en el que detecta un talento notable y se obsesiona cada vez más con el éxito del muchacho, inconscientemente hace aflorar sus propios deseos ocultos de reconocimiento como artista y su creciente insatisfacción con la vida que escogió vivir. Inevitablemente, su proceso gradual de resquebrajamiento personal no tarda en infectar sus aspiraciones profesionales y su relación con su marido y su hijo.

Weisse se muestra excepcionalmente hábil a la hora de explorar la psique de su protagonista sin necesidad de emitir juicios sobre sus actos, y en ese sentido recibe la ayuda crucial de la actriz Nina Hoss, sin duda una de las mejores intérpretes actuales de las que casi nadie ha oído hablar lo suficiente; escena a escena, su rostro aparentemente pétreo transita de forma sutil pero rotunda entre la confusión, la tenacidad y la desesperación. Entre lo visto por el momento en la competición del festival, nada resulta tan deslumbrante.