A los Oscar se les ama y se les odia. En sus 91 ediciones anteriores la Academia de Hollywood ha acumulado una montaña de decisiones cuestionables y cuestionadas pero también ha solidificado que esa pequeña estatuilla de poco más de 34 centímetros y algo menos de cuatro kilos sea el mayor símbolo global del éxito cinematográfico. Criticarlos o minimizar su trascendencia es un deporte generalizado, ganarlos en alguna de las 24 categorías el equivalente al oro olímpico. Y este domingo, en su 92 edición, vuelven a ser la cita imprescindible en un mundo audiovisual en constante evolución, cambiado y cambiante, aunque quizá no tanto como gustaría o debiera.

Como punto de partida, y en un año donde hay consenso sobre la enorme calidad del cine en liza, la Academia ha marcado un récord al colocar cuatro títulos con diez candidaturas o más (once en el caso de Joker, máxima nominada). Y el que ha tenido la carrera promocional más corta de los nueve que optan a mejor película, el técnicamente glorioso y emocionalmente digno drama bélico que Sam Mendes y el director de fotografía Roger Deakins han creado en 1917, según muchos pronósticos tiene marcado directamente su sendero a la gloria.

No es tan definitivo como el de los cuatro intérpretes cuyo triunfo se da por garantizado (Joaquín Phoenix, Renée Zellweger, Brad Pitt y Laura Dern), pero es.

Que el tranquilo Antonio Banderas diera la campanada entraría en categoría casi de milagro pero no hay que descartar sorpresas más plausibles en la categoría principal. Sería relativa la de que Hollywood por fin reconociera a uno de los cineastas que más lo adora y este año le ha rendido con su personal estilo el mayor homenaje, Quentin Tarantino, en la película protagonizada por Brad Pitt y Leonardo DiCaprio Se elevaría a mayúscula, sin tacha y probablemente también sin crítica (aunque los tintes nacionalistas también se sienten en la Academia), si se coronara la fenomenal Parásitos del magnífico Bong Joon-ho.

Quizá, como con Roma el año pasado, consuelen la obra por ahora magna del surcoreano con el premio de película internacional (donde compite con Dolor y gloria) o dirección, o tal vez con guion, montaje o dirección de producción. O quizá hagan historia reconociendo finalmente una película no rodada en inglés como la mejor.

ESPEJO Y MICROSCOPIO/ Lo que esté escrito en los sobres de ganadores, en cualquier caso, se volverá a leer como las hojas de te, en busca de dar un sentido a lo que está pasando en la industria y en su principal organismo. Porque el esfuerzo que ha hecho la Academia de Hollywood por rejuvenecerse y aumentar su diversidad tras escándalos de los últimos cuatro años ha tenido ya algunos efectos. De 6.261 miembros con derecho a voto ha pasado a 8.469, muchos de ellos internacionales. La edad media ha bajado de 62 años a 50. Y si hace cuatro años la membresía era 92% blanca y 75% masculina ahora los negros representan el 16% y las mujeres el 32%.

Pese a eso Ni Greta Gerwig con la aspirante a mejor película Mujercitas ni ninguna otra directora ha logrado este año que le hagan hueco propio y solo Cynthia Erivo, protagonista de Harriet, representa la diversidad racial entre los 20 intérpretes candidatos a los premios de la Academia.

POCAS MUJERES / La paridad solo se ha alcanzado en categoría documental. Y aún queda evidente trabajo por hacer en cuestiones de género cuando el mérito que vende la Academia es que por primera vez una mujer dirigirá la orquesta en la gala, que por segundo año consecutivo se desarrolla sin presentador.

En estos Oscar también volverá a quedar representado el momento de transición, fluido y con resistencias, de la industria. A Netflix, el gran disruptor de la industria, los académicos le dieron un récord de 24 nominaciones, más que a ningún estudio tradicional. Pero a la hora de votar, como ya pasó el año pasado con Roma, parecen mandarle un mensaje. No se espera nada para El irlandés, de Martin Scorsese.

El Oscar a Dern es el único que parece garantizado para Historia de un matrimonio. Y la plataforma deberá contentarse con meterse en la gran liga de la animación cinematográfica si la española Klaus o la francesa Dónde está mi cuerpo se llevan la ansiada estatuilla, o confirmar su trascendencia en el mundo documental, donde ya puso una pica con Icarus y podría repetir con American factory (que esté producida por los Obama no puede no ayudar).