Jean-Pierre y Luc Dardenne podrían retirarse mañana y aún así mantendrían un lugar destacado en la historia del cine, entre otros motivos por haber ganado en dos ocasiones la Palma de Oro que concede el Festival de Cannes. Por eso es especialmente meritorio que su nueva película sea la más arriesgada y controvertida de su carrera. En la recién estrenada El joven Ahmed, la pareja belga sigue los pasos de un niño de 13 años musulmán que planea matar a su profesora tras haberse radicalizado a través de una interpretación extremista del Corán.

-¿Por qué decidieron abordar un tema tan controvertido como el fanatismo islamista?

-J. P.: Lo hemos tenido en mente durante mucho tiempo, y especialmente tras los ataques en París, Bruselas y Barcelona. Nos intrigaba la radicalización religiosa en tanto que proceso de formación de mentalidades e ideologías que trasciende consideraciones de entorno y clase social. En todo caso, quisimos afrontar el asunto con actitud optimista y esperanzada.

-¿Es por eso que escogieron como protagonista a un niño?

-L.: Sí. De niño se te enseñan reglas estrictas, esto está bien y esto mal, y las aceptas sin cuestionarlas; es después, cuando creces, que aprendes que el mundo no está tan rígidamente construido. Ahmed cree ciegamente todo lo que le dice su imán, pero es un ser humano inacabado. Para él hay posibilidad de escape. La historia de un fanático de 20 años que se desradicaliza, en cambio, no habría resultado creíble. Está demostrado, por ejemplo, que los perpetradores de ataques yihadistas a menudo se vuelven todavía más fanáticos en la cárcel.

-J. P.: Además, nos pareció que contar la historia desde el punto de vista de un terrorista, alguien con las manos manchadas de sangre, habría sido irrespetuoso con las víctimas. Un niño es, por definición, menos responsable que un adulto.

-¿Qué tipo de investigación llevaron a cabo para comprender el proceso de radicalización?

-L.: Discutimos con psicoanalistas, imanes y demás expertos, y consultamos muchas webs extremistas. Descubrimos que los integristas más jóvenes a menudo son los más estrictos sobre el asunto del pecado. Utilizan chats para preguntar cosas muy prácticas a sus imanes: «Si cometo este o aquel delito, ¿seguiré teniendo abiertas las puertas del paraíso?».

-J. P.: Nos interesa ese sentimiento que empuja a los fanáticos a sentirse superiores a los demás hasta el punto de creerse legitimados para matar. Tal como ellos lo ven, los impuros deben ser purificados, y quienes no pueden alcanzar la pureza deben ser eliminados. No tienen conciencia del mal, ni culpa o remordimiento. Por eso es tan difícil hacerlos cambiar.

-Quizá habrá quien piense que, al no ser musulmanes, ustedes no son los más indicados para contar esta historia.

-L.: Un artista tiene legitimidad para meterse en la piel de seres muy distintos a él siempre que lo haga con respeto, y no debe preocuparse por las ofensas que pueda causar con su obra. El espectador tiene su propia parte de responsabilidad en la lectura de una película.

-J. P.: Además, no hemos tratado de asociar el fanatismo al islam, también concierne al cristianismo y al judaísmo. Nos hemos centrado en el integrismo islamista solo porque muchas de las imágenes más impactantes y devastadoras de las que hemos sido testigos en los últimos años son consecuencia de él. Lo cierto es que la mayoría de las religiones están diseñadas para regir la vida de los individuos y dirigir su destino de la cuna a la tumba, prometiéndoles la vida eterna. Tienen mucho de ideología absolutista. Es por eso que las democracias liberales debemos esforzarnos por mantener la separación del Estado y la Iglesia.