La muerte de Diana sumió hace 10 años a la monarquía británica en una inesperada y brusca crisis. La desaparición de la princesa del pueblo, una de las mujeres más populares del mundo, transformó al país en un valle de lágrimas. Los británicos, poco dados a mostrar sus sentimientos en público, perdieron entonces el control. Mientras dejaban miles de flores y recuerdos a las puertas del palacio de Kensington y el de Buckingham, crecía la ira contra una familia real que se mostraba fría y distante.

Aquel fue, quizá, el peor momento para la institución monárquica británica, desde la abdicación de Eduardo VII. "Nunca volverá a haber una princesa igual, pero del mismo modo, la monarquía no podrá seguir siendo la misma", señaló entonces el Financial Times. "La monarquía puede peligrar", advirtió la analista política del Guardian, Polly Toynbee, que veía en Diana a la única persona de la realeza que sabía llegar a los corazones de la gente.

La reina Isabel II aprendió una dura lección y terminó cediendo a la presión popular. Más tarde reconoció que no siempre es fácil descifrar la voluntad del pueblo. El tiempo ha ido cambiando la perspectiva sobre la princesa, su muerte y su legado.

Diana fue la víctima de un matrimonio en el que no fue amada y de una institución que solo perseguía sus propios fines. Su personalidad, sin embargo, obsesiva, desequilibrada, caprichosa y con tendencia a la manipulación, es algo que los británicos han ido conociendo mejor con el paso de los años.

La llegada de Camila

En la monarquía han cambiado cosas. Carlos se ha casado con su amante, Camila. La nueva duquesa de Cornualles va siendo aceptada poco a poco y aparece en toda clase de actos oficiales. Pero la prueba real llegará cuando el príncipe de Gales ascienda al trono y ella se convierta en reina consorte. ¿Lo aceptarán los británicos?

En cuanto a la nueva generación, el príncipe Guillermo tiene la chispa de su madre y parece mucho más equilibrado de lo que cabría esperar viendo su historial familiar.