La web del novelista norteamericano Kurt Vonnegut Jr., fallecido el martes en Nueva York, a los 84 años, ofrecía ayer una sola imagen a modo de epitafio: el dibujo de una jaula para pájaros con la puerta abierta y debajo el nombre y las fechas del escritor, 1922-2007. Sobraban las palabras. El dibujo, sin duda de su mano, sintetiza muy bien cuáles son los rasgos de su narrativa: divertida, paródica, crítica con las convenciones y con una clara tendencia a ver el lado absurdo de la vida. Esta posición entre pesimista y burlona le situó como uno de los autores más particulares de la literatura norteamericana de su tiempo, lejos de modas y escuelas, y acaso le emparentó con quien él consideraba su maestro: Mark Twain.

Vonnegut nació en Indianápolis, de familia de origen alemán. Tras una juventud errática intentando publicar cuentos de ciencia ficción, se alistó en el Ejército y participó en la segunda guerra mundial. Capturado por los alemanes, vivió como prisionero. Esa experiencia bélica marcó también su destino literario: su primera obra importante, Matadero cinco (traducida por Anagrama), se publicó en 1969, en plena guerra de Vietnam, y fue un éxito inmediato, sobre todo entre la juventud antibelicista. En ella ya quedaban definidos los elementos presentes en su obra. Sus novelas suelen estructurarse en fragmentos breves --a veces de una sola frase, como un aforismo-- y las referencias autobiográficas se mezclan con elementos sobrenaturales. El desayuno de los campeones (1973, Anagrama y, Pájaro de celda (Plaza & Janés) o la que fue su última novela, Salto en el tiempo , son otros de sus títulos.