Marcel Duchamp, uno de los artistas clave del siglo XX, faro redentor o demonio, según se mire, vivió casi un año en Buenos Aires. De esa estancia queda poco rastro: algunas cartas y un par de obras enigmáticas. Buenos Aires, a pesar de su pompa, le pareció un lugar "inocuo". Y se fue. Pero algo de su estela quedó siempre flotando, y la ensayista argentina Graciela Speranza se propuso mirar la prolífica literatura y artes plásticas de este país a través del lente duchampiano. Esos años de investigación y asombro quedaron resumidos en Fuera de campo. Literatura y arte argentinos después de Duchamp , un libro de Anagrama que, entre otros hallazgos, recupera la figura de Julio Cortázar --algo denostada en el mundo literario argentino-- y propone mirar a Jorge Luis Borges, epítome del escritor con mayúsculas, nada menos que como un artista conceptual.

La sombra de Duchamp alcanza, de una u otra forma, a escritores de renombre como Manuel Puig, Ricardo Piglia y César Aira. Esa fuerza de irradiación llega también a Guillermo Kuitca, uno de los grandes artistas plásticos de este país.

Duchamp ha dejado en el arte un legado gigante. Sus huellas se verifican en el pop art, el happening, el arte conceptual, el arte de instalación y el de posproducción, entre otras corrientes. La decisión de colocarlo como espejo en el cual se refleja lo mejor de la producción argentina puede parecer arbitraria en un principio. Pero las coordenadas que traza Graciela Speranza despejan los malentendidos.

El artefacto Duchamp permitió sacar del ostracismo a Rayuela , la novela de Cortázar que marcó a la década del 60 y fue objeto de encendida devoción para luego devenir en lo contrario. Rayuela fue virtualmente expulsada de las cátedras universitarias y Cortázar quedó en la historia como un gran cuentista.