Miquel Barceló mirando por una ventana. Su cubo de pintura. El sillón de su despacho. Sus estudios. Su camiseta de Rembrandt. Sus zapatillas. Sus figuritas de plástico. Su asno. Sus pescados conservados en formol. Sus legumbres secas... La última obra del artista mallorquín es la colosal cúpula de la sede de la ONU en Ginebra, un proyecto que destapó la caja de los truenos porque mordió del Fondo de Ayuda al Desarrollo. Pero su trayectoria profesional va mucho más allá. Barceló, detrás del espejo (editado por La Fábrica) propone un viaje a su mundo interior a través de las más de un centenar de fotografías realizadas por Jean Marie del Moral desde los años 80. Y sí, el libro también incluye fotos de los ensayos para el techo de la sede de Naciones Unidas.

El pintor mallorquín (Felanitx, 1957) es el artista español vivo más cotizado. La primera vez que Jean Marie del Moral (nacido en 1952 en Francia de hijo de exiliados españoles republicanos) llamó a Barceló notó que al pintor no le hacía excesiva ilusión la propuesta de fotografiarle. Y, sin embargo, aceptó. Era el año 1985 y, a partir de entonces, el retratista le acompañó a París, Barcelona, Mallorca, Malí, Lanzarote e Italia con el objetivo de registrar con su cámara "cómo crea un artista, de qué se nutre y con qué se inspira".

LA REVELACION Del Moral revela en el libro cómo el mar fue "el terreno de juegos" de Barceló. De hecho, el pintor siempre dice que pasó más tiempo dentro del agua que fuera durante su infancia. "El agua y el torbellino de las aguas eran omnipresentes en su pintura", afirma el fotógrafo recordando la segunda visita que hizo a Barceló. A Del Moral también le llamó mucho la atención la manera de trabajar del artista balear. "Se mantenía con la agilidad de un acróbata encima de sus lienzos al límite del equilibrio", subraya.

También recuerda su primera obra monumental: una cúpula de 20 metros de diámetro destinada al techo del futuro teatro Mercat de les Flors. "En la cúpula moldeada en resina no había más que un fondo blanco, pintado a costa de esfuerzos dignos de un atleta", explica.

Sobre la pasión africana del artista, admite que "sentía auténtica fascinación" por el continente. "Quería viajar por allí, navegar por sus ríos, recorrer sus desiertos monocromos, blancos y grises. Más adelante --concluye-- los pintaría tan bien que desde entonces los desiertos africanos se parecen a sus cuadros".