¿Sabrá un niño de hoy, pongamos de unos 12 o 13 años, qué es la Piedra de Rosetta? ¿Sabrá ese niño, si es aficionado al baloncesto, que el primer equipo de la NBA en el que jugó Pau Gasol se llama Memphis Grizzlies por la capital que dio nombre al Antiguo Egipto, o que cualquier obelisco, ya esté en París, Washington o Barcelona, guarda relación directa con los faraones que gobernaron hace unos 4.000 años las orillas del Nilo? ¿Sabrán, en fin, los niños y niñas de hoy día, quiénes eran Ra, Horus, Isis, Apofis o Anubis? ¿O qué era la Duat, o quién descubrió la tumba de Tutankamón, o qué distingue el Ba del Ka y del Aj? Si en las manos de ese niño cae a partir de ahora, como regalo venido de Oriente, un novelón juvenil tan inteligente, frenético y divertido como La pirámide roja , de Rick Riordan, inicio de su trilogía The Kane Chronicles , podemos augurar dos cosas: que ese pequeño lector o lectora disfrutará como pocas veces en su vida de una aventura entre Indiana Jones y Harry Potter.

El escritor y profesor tejano Rick Riordan (1964) logra en el arranque de esta novela urdir un palimpsesto que aúna ficción literaria y mitología, en este caso egipcia, de un modo que implicará sin remedio a los lectores adolescentes. Desde su demoledor inicio ("Tenemos solo unas pocas horas, así que escucha con atención. Si estás oyendo esta historia, ya corres peligro") hasta su hábil alternancia de voces entre los hermanos Sadie y Carter Kane, las fórmulas que Riordan aplica para desarrollar esta fantasía juvenil sobre cómo los dioses Horus, Isis, Osiris, Nefti y Set regresan al mundo real a través de los Estados Unidos son de una eficacia espectacular.

Sadie y Carter, hijos de padres sacrificados, serán elegidos para una misión en la que vendrán a salvar poco menos que el mundo, con decenas de enigmas que los protagonistas deberán resolver con ayuda de un poco de magia. Todo ello puede encontrarse en otras novelas, es cierto. Pero la magia de Riordan es otra, más lúcida, ideal para los tiempos que corren: la de advertir a sus lectores que tras la diversión hay claves que merece la pena descifrar. Enigmas que nos convierten en dioses. Jeroglíficos.