En sus libros anteriores, el escritor y editor extremeño Marino González se ha movido en superficies fragmentadas. En cada uno de ellos hemos visto sugerencias de motivos que le han obsesionado. Este tratamiento se repite en Sed . Un punto de vista, una flecha que pasa por los infinitos puntos entre A y B son los que mueven los relatos contenidos en este último libro.

El odio es proteico, multiforme, pero su origen se embosca como un partisano y llena de rastros la rutina de la vida. Se manifiesta diariamente, pero no lo vemos. ¿Por qué? Sencillamente porque nos pertenece, porque forma parte de nuestra ceguera.

Marino González plasma bien este fenómeno en la pregunta más concluyente de la pieza titulada Marco Antonio Bruto : "¿Por qué nadie me da un poco de agua para esta sed?" Somos responsables de nuestros odios, porque el origen de todos ellos es la soberbia.

Casi todos los personajes que Marino González deslíe en estos relatos, trazados con una precisión que descansa más en observar la realidad que meramente en elegir palabras, tienen como interlocutoras a sus propias preguntas. Se trata de un odio montaigneano que no propone atajos al lector, sino una avalancha de síntomas que lo paralizan.

González ha dejado al odio sin movimiento, sin musculatura, para que lo veamos. La literatura ha trabajado tanto la parte sombría y todopoderosa del odio que se ha olvidado de su patetismo. Aquí se nos presenta esa caricatura, colocada en el portamuestras del microscopio.

Incurrimos en cada uno de los cuentos sin saber si vamos a encontrar un escenario o un espejo, porque si hay algo común a todos ellos es la cotidianidad, la cinta continua de sobreentender el odio.

FALTA DE VOLUNTAD Quizá sea Marco Antonio Bruto la pieza que mejor nos muestra los caminos involuntarios del odio. Producto de esa falta de voluntad es, a veces, su propia justificación. El fin se confunde con los medios, el odio surge de la soberbia y, a menudo, de la admiración, por ello Bruto, el hijastro que asesinó a César, es capaz de convencer de la necesidad de cometer el crimen a quien más lo admira, Marco Antonio. Todo es una ceremonia de la impotencia.