Whisky se aleja de su significado original para decir mucho más de lo que a simple vista parece. En su segunda película, Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll recurren a este título por ser, al igual que Luis o patata, la palabra que se utiliza en Uruguay para provocar sonrisas en una fotografía. Es una metáfora de la pose forzada para guardar apariencias, el hacer creer en un mundo feliz cuando la realidad está anclada en una cotidianidad patética.

Whisky , la gran revelación del cine latinoamericano en el 2004, aborda los miedos de la sociedad actual: la soledad, la incomunicación, el tener que recurrir a mentiras, el absurdo del mundo y las cosas impuestas. "Los personajes, aunque parezcan lejanos, son la proyección de nuestros temores", explican, en una conversación a tres bandas, Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, recién llegados a Madrid para presentar este filme que transforma la rutina en material humorístico.

Mañana llega a las salas este largometraje cuyo guión fue subvencionado en el festival Sundance. La película no se ha desviado ni un milímetro de ese prometedor camino inicial al recibir dos premios en Cannes: el de la crítica internacional y el de la mirada original.

La trama gira en torno a tres personas en edad madura: dos hermanos judíos --Jacobo (Andrés Pazos) y Herman (Jorge Bolani)-- y Marta (Mirella Pascual), fiel encargada de la lúgubre fábrica de calcetines de Jacobo, a quien cada día, a la misma hora, prepara un té. Ante la visita de Herman, el dueño de la factoría pide a su empleada que se haga pasar por su mujer. Aquí comienza un enredo que termina en un hotel con karaoke, tan decadente como la situación que atraviesan unos personajes situados en el abismo de la soledad.

Pablo Rebella considera que Whisky dependía en un 90% de la elección de los actores. "A Mirella Pascual la descubrimos el primer día de casting . Es mágica, aportó vida e inocencia al personaje".