La obra de Mamoru Hosoda siempre ha estado a la sombra, en el cine de animación japonés, de lo que se cocía en los estudios Ghibli, sobre todo de Hayao Miyazaki. Igual es menos poético, menos fantasioso y con más problemas para conectar con plateas occidentales que el director de El viaje de Chihiro, pero a Hosoda no le da miedo jugar con contrastes extremos y multitud de símbolos.

Sin embargo, y en comparación con filmes precedentes suyos como Los niños lobo y El niño y la bestia, Mirai procura una preciosa dosis de fantasía y poesía a partir de un tema muy realista que podría resultar a la vez muy estridente: los celos de un niño hacia su hermana recién nacida, o el síndrome del príncipe destronado.

Lo cuenta Hosoda con su peculiar sentido de la animación, el movimiento y los colores. Describe una familia nada idílica en la que quien recibe más palos es el padre, dada su incapacidad para asumir las tareas domésticas mientras su esposa convalece tras dar a luz: quizá no sea una película feminista, y la cultura tradicional japonesa en general no lo es, pero tira con bala hacia la pasividad e inoperancia de la figura paterna.

Niño irritante y consentido

Kun, el niño irritante y consentido hasta extremos insospechados, gritón y llorón, se rebela contra todos y contra todo porque no acepta ser ese príncipe destronado a quien ya no le reirán las gracias. Hosoda filma todo esto en clave naturalista, pero no puede ni quiere dejar de lado la fantasía, con lo que una serie de personajes irreales, entre ellos su propia hermana pequeña Mirai en la edad adolescente, se le aparecen para ayudarle, en cierta forma, a superar la situación. Ahí, entre el realismo y la negación del mismo, reside el encanto de este excelente anime.

HHH

Animación

‘Mirai, mi hermana pequeña’

Mamoru Hosoda