Qué lugar podríamos ser. El tiempo es también un sitio: hubo años en que vivimos dos primaveras, se nos llenó la casa de los que no están; asumimos abandonos, encuentros, diagnósticos, naufragios, quizá vino un bebé, escribimos un libro, editamos otro. Víctor Peña Dacosta (una de las personas más inteligentes, ácidas, irónicas, brillantes y divertidas que conozco) hizo esas tres últimas cosas. Las dos últimas, enteras. En lo del hijo, ayudó un poco a la traductora María López Ponz, que se ocupó, realmente, de todo el trabajo. Él presenta Diáspora: Poetas extremeños en el ‘exilio’ (1955-1993), a las siete de esta tarde en el Ateneo de Cáceres.

Diáspora es una antología de poetas extremeños que ya no viven aquí. Él también se largó. «Tener raíces quizá sea la necesidad más importante y menos reconocida del alma humana», decía Simone Weil.

Al final, uno quiere un lugar al que volver: los suelos de terrazo de la infancia en Navidades, los bizcochos de tu abuela, el corral con las gallinas, el perro moviendo la cola y ladrándote de alegría en la cancela, un zaguán, un portal reconocible, ese sofá de la casa de tu amigo, ese amor de carne y sangre y respiración que es tu sola patria. La gente, al fin, porque los lugares, si están vacíos, no son nada.

Hay exilios más amables. No dejan de ser más o menos duros, pero se sobrellevan. Hay otros que suponen peligros, posibilidad de perder la vida, que tus hijos hablen otro idioma y no haya una integración real por más generaciones que nazcan, violaciones en la frontera como pago por pasarte al otro lado, vallas de concertina, disparos, centros de reclusión y vayamos añadiendo.

Y, sin embargo, por mucho que sea amable nuestro exilio, que sea a otras regiones del mismo país; por mucho que no creamos en los nacionalismos (ni los de aquí ni los de allí, gracias); por mucho que, oh, haya sofá o cama gratis en algunas de las regiones más bonitas de España… La voluntariedad es mucho más amable que la obligatoriedad de partir. Aunque algunos dirán que hay obligatoriedad también en querer trabajar en algo y que no haya trabajo de ese algo y estaremos de acuerdo, pero una cosa es el pan y otra una bomba. Por muy importante que sea el pan.

Por mucho que a veces no haya casa alguna a la que volver porque el exilio no lo decidiste tú, sino tus padres, o que el recuerdo de tu tierra esté hecho solo de veranos de infancia, porque de adolescente ya se hacía duro volver al pueblo. Y, sin embargo, ¿no conforman esos espacios la identidad, también? ¿No conforma la identidad la reacción contra esos espacios a los 20, el regreso a los 40? ¿Qué tensiones hay en los distintos territorios? ¿No es suficiente tensión ya que a uno le pregunten «De dónde eres»?

La pertenencia.

Dejar de ser mía del todo y ser del todo de alguien.

El terruño.

La desterritorialización.

El corrector no reconoce desterritorialización. Tampoco antologar o antologizar. Las busco en el Diccionario de la Real Academia Española. Una lleva a la otra. Una es extranjera.

El otro.

La periferia.

¿Tienen, las distintas periferias, sus propias características culturales? ¿Qué somos, además de una historia de aprendizaje, un contexto territorial, un lugar asumido, unas relaciones familiares y unas tensiones? Sobre todo, quizá, unas tensiones. ¿Es más lícito darle importancia al lugar que se perdió o te perdieron sobre, por ejemplo, el cambio que implica una paternidad, pongamos por caso? Eso me decía Tomás Segovia. Que todo el mundo le preguntaba por el exilio, pero que, a él, lo que le había cambiado la vida, era el nacimiento de su hija: «!¿Usted me entiende?» y yo le decía que sí.

No tengo hijos.

Si mi vida hubiera sido de otra manera, puede que hubiera tenido hijos.

Y esos hijos se hubieran largado, quizá. Y escribirían, quizá. Y usarían las redes sociales en sus poemas, el WhatsApp, el Telegram, el Trello, el Evernote, las imágenes de Instagram en las que todo el mundo es tan feliz y lee tantos libros en la playa siempre con las uñas pintadas de rojo y siempre de pasta dura y siempre por la mitad y siempre con ediciones de lujo y nunca se ve el título y publicarían en plataformas de autoedición porque las pequeñas editoriales siguen leyendo los manuscritos que les enviaron en 2013.

No los borran por si en alguno de ellos… Ah, la esperanza.

La esperanza a veces es obligatoriedad: a ver en qué lugar salen oposiciones. No sé yo si, en los grandes hechos de nuestra vida, está tan claro que tomemos decisiones. Pienso, más bien, que nos las toman.

Están aquí los que se fueron: Doncel, Salas, Méndez Rubio, Llera, García de Paredes, David Eloy Rodríguez, Álex Chico, Palomeque, Martín Iglesias, varios más. Unos a este lado del charco, otros a 400 o mil kilómetros, otros con un océano y otros husos horarios y otras comidas y tomates a doce euros el kilo y otras conciencias de emigraciones y ciudades con barrios chinos, barrios hindúes, barrios latinos, barrios hispanos, guetos.

Con un lugar común. Un lugar que es una idea, también, esta Extremadura nuestra.

Un lugar centrifugado.