El teatro no podrá interrumpir el empuje del shock si no consigue ser, además de intempestivo, plenamente actual. Lo dice Juan Mayorga, que considera el teatro como necesario bastión de resistencia a los modos de expresión hegemónicos fundados sobre la imagen-shock, esa que paraliza la mente y neutraliza el sentido crítico.

Cito casi textualmente a Claire Spooner en el prólogo del libro Juan Mayorga. Teatro 1989-2014 que con tanto amor y tanto mimo ha publicado La uÑa RoTa, que también edita a Angélica Liddell. Acabo de leer su muy desasosegante Trilogía del infinito, entre cuyas obras está ¿Qué haré yo con esta espada?, que vendrá en mayo a representar a Madrid. Tengo entradas desde septiembre del año anterior: se agotaron enseguida. Dura casi cinco horas. Hay dos hechos: el primero es un crimen que cometió Issei Sagawa: mató a Renée Hartevelt y se la comió. Cómo lo hizo aparece en internet con todo lujo de detalles: si van a ver a Liddell, lean la historia de Sagawa (y a Emily Dickinson, Sylvia Plath, Pessoa, Dante y Edgar Allan Poe y lean, sobre todo, la Biblia). El segundo, la masacre de Bataclan, en París. Pero no es eso solo: es tragedia con el propio cuerpo, es poesía, es la crítica hacia la brutalidad del mundo rural, es sacar lo obsceno de fuera de la escena, poner en la parte pública lo que es privado (las heces, el orín, el sexo, los deseos de matar o de morir) y es buscar la Belleza a través de todos los horrores. Y buscar a un Dios en el que no se cree pero que, al menos, ha de existir como concepto.

«El teatro no ha de buscar una filosofía que le legitime, sino aspirar a provocar una filosofía: una filosofía que lo prolongue. Si insisto en el carácter filosófico del teatro debo inmediatamente evitar la confusión que podría llevar a alguien a pensar que estoy defendiendo que la relación del espectador con el teatro es fundamentalmente mental. No. En el teatro se ponen desde luego en juego ideas, pero también pasiones, pesadillas, anhelos, ilusiones, espacios, cuerpos. Y todo eso, no reduce el carácter filosófico de la experiencia, sino que lo ensancha»: Juan Mayorga, de nuevo.

Esta semana se celebraba el Día Mundial del Teatro. El ITI (el Instituto Internacional del Teatro) cumplía 70 años, así que seleccionó a cinco autores para escribir los mensajes institucionales: uno por cada una de las cinco regiones de la UNESCO: Asia Pacífico, los Países Árabes, Europa, las Américas y África. De la India vino Ram Gopal Bajaj para hablar de cómo el teatro podría servir para salvar nuestro planeta. «¿Somos ahora más considerados? ¿Jubilosos? ¿Entregamos más amor hacia la naturaleza de la cual somos producto?».

Para la directora Maya Zbib, el teatro es «una invitación a individuos a convertirse en colectivo, a compartir ideas, a imaginar formas para dividir la carga de acciones necesarias… a recuperar lentamente su conexión humana y encontrar similitudes a pesar de las diferencias. (…) En una cultura global del miedo desenfrenado del otro, aislamiento y soledad, estar presente juntos, visceralmente, en el aquí y el ahora, es un acto de amor». Un acto de amor y de construcción de un debate público, político, personal. Y dice, también, de su práctica teatral, que ha habido dificultades pero que los muros que han tenido que saltar siempre eran visibles: «Tenemos la ventaja de tener que construir todo desde cero, y de concebir maneras de evadir la censura todo el tiempo, aun cruzando las líneas rojas y desafiando tabúes. Hoy esos muros miran hacia los hacedores de teatro del mundo, porque la financiación nunca ha sido tan escasa y la corrección política es el nuevo censor».

El representante europeo elegido por el Instituto Internacional del Teatro es Simon McBurney: «Vivimos en un tiempo donde es difícil ver con claridad. Estamos rodeados de más ficción que en cualquier otro momento de la historia o la prehistoria. Cualquier hecho puede ser cuestionado, cualquier anécdota puede reclamar nuestra atención como una verdad. Una ficción en particular nos rodea continuamente. Aquella que busca dividirnos. De la verdad. Y de unos a otros. Y así, estamos separados. Las personas de las personas. Las mujeres de los hombres. Los seres humanos de la naturaleza». Incide en que, por primera vez, las personas se están desplazando y la respuesta ha sido la exclusión, el cierre de fronteras. Pero el teatro, dice, es un refugio: «donde las personas se congregan e inmediatamente forman comunidades. (…) Todos los teatros son del tamaño de las primeras comunidades humanas, de cincuenta a 14.000 almas. Desde una caravana de nómadas a un tercio de la antigua Atenas».

La mexicana Sabina Berman afirma que el teatro sirve para vencer a los enemigos de la tribu. Y que el mayor enemigo es la pérdida de la compasión: porque el teatro siempre sirvió para representar al otro.

Wèrê Wèrê Liking, de Costa de Marfil, escribe un poema. Un día, un humano decide hacerse preguntas frente a un espejo (el público) / a inventarse respuestas frente a ese mismo espejo….