El éxito de Adam Johnson tiene algo de milagroso, por no decir de imposible. En un mundo literario que tiende a premiar, o subrayar, lo fácil (o, cuando menos, lo obvio sin que eso se pueda poner en duda en ningún momento), este hombre gana el Pulitzer en el 2013 por El huérfano, una novela maravillosa que lo tenía todo para no triunfar: transcurre nada menos que en Corea del Norte y es una especie de antinovela picaresca, llena de aventuras caóticas, con un montón de lecturas superpuestas. Fascinante pero, digamos, minoritaria. Dos años después se descuelga con George Orwell fue amigo mío, una colección de 6 relatos (a unas 50 páginas por cuento), todos ellos de temas tremendos, oscuros e incómodos... ¡y gana el Premio Nacional del 2015 en la categoría de ficción!

ESCENA TERRIBLE / Como cuando nos tapábamos los ojos con una mano en el cine para protegernos de la inminente llegada de una escena terrible, pero luego separábamos un poco los dedos para poder ver lo que ocurría con toda su crudeza. Así pretende Johnson que leamos sus cuentos. Y lo consigue. De hecho, consigue algo mucho más importante, algo que Philip Roth, en un artículo de 1963, llamó «expansión de la conciencia moral», un fenómeno que nos permite, por medio de la buena literatura de ficción, abandonar nuestro empeño de ser ciudadanos ejemplares y «sumergirnos en otra capa de la conciencia». La necesidad de juzgar sucumbe a la voluntad de conocer, por doloroso que pueda ser el conocimiento. La oscuridad se ilumina. Estamos hablando de un escritor capaz de otorgar la voz de un relato, Pradera oscura, a un hombre con pulsiones pedófilas y conseguir que nuestro rechazo instintivo no anule el paso a la empatía, a una emoción que va incluso más allá de la compasión.

Es oscuro y tremendo, pero en ningún momento es truculento ni busca el escándalo por sí mismo. Al contrario, todos los relatos logran la aparente contradicción de sumergirse a fondo y sin reparos en la realidad para describirla tras un velo de distancia paradójica, lograda a base de sentido del humor, rigor detallista y, digámoslo así, una extraña ternura. La colección, excelente, es también irregular. Quizá es un pecado que es más que asumible teniendo en cuenta el resultado final de la misma.

El mencionado Pradera oscura, junto con Nirvana y Datos interesantes, están por encima de los demás relatos. Eso no quiere decir que los otros carezcan de interés. La reconstrucción de la Luisiana posterior a la devastación del Katrina y el Rita en Huracanes Anónimos es más que meritoria, y si el relato George Orwell fue amigo mío se queda justo a las puertas del éxito es sólo por la altura de su propósito (mostrarnos cómo un exfuncionario de prisiones de la Alemania del Este se protege de la conciencia de los males cometidos).

Lo que Adam Johnson pretende, y consigue, es acometer una literatura de riesgo, un atisbo de verdades que la mera crónica, o la ficción convencional, pasarían por alto. Y lo hace sin hurtar la mirada a la brutalidad, a las mezquindades de la vida, pero con una prosa llena de sutileza auténtica.

A menudo, el momento más dramático, cruel o tremendo de un relato suyo es también el más tierno o el más sabio. Si quieren un buen ejemplo, Pradera oscura empieza con las siguientes palabras: «Normalmente me encargo del jardín al anochecer, cuando me entra el deseo». Ni más ni menos.