Se dijo una vez que todo estaba escrito y que el asunto no era qué escribir sino cómo hacerlo, postulado que es posible extrapolar al mundo del arte; que extrapola, de hecho, la notable exposición Rembrandt-Velázquez: maestros holandeses y españoles que abrió el pasado viernes al público en el Rijksmuseum de Ámsterdam. No es, en efecto, el qué. Es el cómo: la muestra propone un acercamiento inédito a los grandes pintores españoles y holandeses del siglo XVII por la vía de exponer sus cuadros en parejas, o, como explicó el martes en el museo holandés el comisario Gregor Weber, por medio de «una estructura basada en el diálogo». Es decir: proponiendo nuevos significados a través de la yuxtaposición. Los reyes de España y Holanda inauguraron la muestra el jueves, una de las últimas de un prolífico Año Rembrandt que a lo largo de este 2019 ha conmemorado los 350 años de la muerte del maestro holandés.

Es una exposición en la que campa lo subjetivo: hay emparejamientos que suscitan un automático «por supuesto», porque las hermana una evidente estética, o una intención, o una atmósfera, pero también hay compañeras de pared que a primera vista tienen poco en común. Como sea, siempre es subjetivo. Por no hablar de los tríos -que hay pocos, pero los hay-. «El diálogo permite profundizar en el significado de las pinturas y descubrir nuevos significados», resumió Weber, jefe del Departamento de Bellas Artes del Rijksmuseum además de comisario principal. La española Cèlia Querol, comisaria asistente, explicó que «las parejas básicamente surgen del instinto personal, de la subjetividad, pero por lo mismo invitan al público a tener su propia experiencia subjetiva». «El espectador puede estar de acuerdo con el criterio del comisario o ver algo diferente». Un indicador de la libertad de interpretación es que las cartelas que explican el criterio del emparejamiento están a una distancia museísticamente considerable de las pinturas. Un: «Mire usted primero, a ver qué le sugiere».

Una pléyade

Rembrandt-Velázquez: maestros holandeses y españoles pone en escena -la expresión es adecuada- 60 obras de artistas cuyos nombres, puestos en fila, tienen la entidad suficiente como para erguirse en una especie de pléyade del Siglo de Oro: los dos del título, por descontado, pero también Zurbarán, Murillo, Ribalta, Juan de Arellano y José Antolínez, entre otros, por el lado español; por el lado holandés, Vermeer, Frans Hals, Nicolaes Maes, Torrentius y Van den Tempel, también entre otros. Tiene algo de ida y vuelta la muestra con respecto a la que acogió hasta hace unos días el Museo del Prado de Madrid, Velázquez, Rembrandt, Vermeer: miradas afines, toda vez que ambas son producto de la colaboración mutua, y que ambas se organizaron para celebrar el Año Rembrandt y el Bicentenario del museo madrileño, que también se cumple este año. Pero solo algo: aunque el Prado ha prestado 14 obras para la muestra del Rijksmuseum, entre ellas seis de Velázquez, la sesentena de obras expuestas provienen en total de más de 20 museos y colecciones de todo el mundo.

Rembrandt (1606-1669) y Velázquez (1599-1660) fueron contemporáneos, dos de los más grandes artistas de su tiempo, pero nunca tuvieron oportunidad de contemplar la obra del otro. «Más aún, Rembrandt probablemente nunca supo que Velázquez existía», escribe en el catálogo editado para la ocasión el experto holandés Hans den Hartog Jager. Y sin embargo, agrega, sus obras tienen «sorprendentes semejanzas». Especialmente sus retratos. No es ajena a la intención de la muestra poner en evidencia ese parecido, por ejemplo cuando cuelga en la misma pared dos enormes retratos de Velázquez (Doña Antonia de Ipeñarrieta y Galdós y su hijo don Luis y Don Diego del Corral y Arellano) junto a otros dos de Rembrandt (Marten Soolmans y Oopjen Coppit); o cuando yuxtapone La fragua de Vulcano, del maestro español, y Los síndicos de los pañeros, del holandés; o cuando enfrenta sus respectivos autorretratos, el que pintó en 1640 Velázquez y el de 1654 de Rembrandt. «Los dos -explicó Weber- representan a un hombre con una capacidad enorme de interrogarse sobre la condición humana». Pero cada uno verá lo que quiera ver.

«Lo que más nos interesaba aquí era la experiencia». Rembrandt-Velázquez: maestros holandeses y españoles, abierta hasta el 19 de enero, no es la puesta en escena de un duelo entre pintores, como se ha dicho por ahí. Tampoco una comparación entre pinturas, que sería muy pobre. En la pared, las obras se alimentan mutuamente, e invitan al espectador a poner su parte en el festín. Se trata de eso.