Allí donde Dolores Redondo pone la pluma llega la tormenta. LLovía ayer en el valle navarro de Baztán, igual que hace seis años, cuando la donostiarra colocaba en el mapa literario Elizondo y sus bosques pirenaicos, donde habitan seres mitológicos como el Basajaun, señor del bosque cual Yeti local, y lanzan sus hechizos las belagiles o brujas del lugar: tormentas y magia, maldad y crímenes, pueblan su popular trilogía negro-sobrenatural protagonizada por la inspectora Amaia Salazar. Iniciada con El guardián invisible, suma dos millones de lectores en España, traducciones a 36 lenguas y versión cinematográfica. Ahora presenta la precuela, La cara norte del corazón (Destino ), donde la tormenta se convierte en huracán, el Katrina, cuando en el 2005 devastó Nueva Orleans.

Vuelve Redondo (San Sebastián, 1969) a entrelazar hábilmente realidad criminal con magia local, ahora el vudú («lo practican millones de personas»), los zombis y mitos de la cultura cajún, en un círculo perfecto que revive la traumática infancia de Amaia en Baztán mientras investiga, ya veinteañera, su primer caso en EEUU, el de un asesino en serie, inspirado en un caso real, que mata a familias aprovechando el caos de tornados o huracanes. «En la trilogía ya sembré migas, ya aparecía el agente del FBI Aloisius Dupree, que la ayudaba desde Nueva Orleans en su investigación», explica la escritora para destacar que todo lo que envuelve al Katrina, que causó 2.000 muertos y 800 desaparecidos, marca la novela. «No solo trata del drama del huracán sino del abandono que sufrió la población por parte de un Gobierno que los trató como gente de segunda (la ayuda tardó cuatro días en llegar). Bush acordó con Obama la reconstrucción de los defectuosos diques, unas ayudas que Trump frenó».

En sus páginas transmite «el dolor, la indignación y rabia de las víctimas que no pudieron abandonar la ciudad, la mayoría ancianos y gente sin recursos». En un «escenario post-apocalíptico», sin agua, luz, teléfono, a 30 grados y con el 80% de la ciudad inundada, con cadáveres flotando en aguas infectadas por materias fecales, se desataron el pillaje, las violaciones, los asesinatos. «Y la tarea policial es como en una novela victoriana de Doyle o Poe. Sin tecnología ni medios para procesar pruebas ni escenarios la intuición de Amaia cobra fuerza».

En el centro, el barón Samedi, que rapta niñas para convertirlas en zombis. «Simboliza el caos, la muerte, el vicio, la destrucción y la zombificación. Es un loa o intermediario entre los humanos y el dios, que se viste de frac, su rostro es una calavera». Explica Redondo cómo los zombis son de hecho gente que «sufre el síndrome de Cotard, enfermedad mental terrible, que hace que se crean muertos. La zombificación equivaldría a un exorcismo y funciona con drogas y una persona con gran poder de sugestión que somete a la víctima con hipnosis».

Lleva consigo émulos de un Gris-gris, amuletos vudús , «cosas que te dan quienes te quieren para protegerte»: Una pulsera de la virgen de la Ribeira Sacra que salía en Todo esto te daré (Premio Planeta 2016), un anillito de la hija, una muñequera del hijo….

Amaia y Aloisius comparten cicatrices de la infancia. Él pierde a una hermana pequeña, como Redondo. «Igual que en mis novelas siempre hay tormentas, también alguien pierde a su hermana. Es lo que el autor pone de su piel, no es pornografía de las emociones. Es una forma para mí y mis personajes de exorcizar el dolor». También ambos protagonistas se crían con personas «que ejercen de padres sin serlo, porque en la trilogía es sangrante que quien debe protegerte, los padres, no lo hacen». De ahí la madre de Amaia, «entre la locura y la maldad» y, el padre, «una deuda pendiente»: «no solo es culpable el abusador o maltratador de un niño, una mujer, un anciano… sino quien sabiéndolo lo oculta o permite. Es un cómplice, sea por cobardía, vergüenza o por no airear los trapos sucios de la familia».

Dupree siempre pregunta a Amaia: ¿Sueña con muertos, inspectora?. Mientras la noche cubre Elizondo admite Redondo que tiene pesadillas. «Mientras duermo percibo una presencia mirándome, una sombra sobre mi cama, es la madre de Amaia, sin rostro. Abro la luz. Me aterroriza». Mientras leía sobre cómo funciona la mente de un asesino se levantaba, «algo paranoica con la seguridad» a comprobar que puertas y ventanas estuvieran cerradas. Concluye: «Yo no iría nunca a ver a un asesino en prisión, no quiero mirar a los ojos a alguien que ha matado». La realidad puede ser tan horrible como lo sobrenatural.