El escenario produce miedo, mucho miedo. Los actores lo saben muy bien. Y los grandes actores posiblemente aún más. Tal vez porque lo que distingue a un gran actor es ese inexplicable "algo más" en el modo de sentir y de expresar un sentimiento, ese mismo poder le hará también "algo más" frágil en su vida personal.

Fernando Fernán Gómez, un gran tímido que necesitó protegerse detrás de una imagen muchas veces fuerte, ha sido un gran actor de teatro y por supuesto tenía miedo, mucho miedo a subirse a un escenario. Un miedo que le honraba: miedo a decepcionar, a no estar a la altura de los posibles sueños de los espectadores, y sobre todo a la altura de la idea que tenía de sí mismo dentro de ese sueño. Miedo a cosas aparentemente pequeñas como olvidarse del texto, que es lo más parecido a sentirse en el vacío, ingrávido durante unos segundos que parecen siglos, y sobre todo miedo a no saber si ese sentimiento que deberá encarnarse para producir otra naturaleza, lo que llamamos comúnmente personaje surgirá vivo y renovado a cada cita con el espectador.

En 1983 quise convencerle para que hiciera Max Estrella, el poeta ciego de Luces de Bohemia . Durante nuestra conversación y ante mi sorpresa, Fernando iba asintiendo a mis propuestas y hasta comentaba con un cierto alborozo mis ideas. Me miró y me dijo: "Hasta aquí, todo esto parece una aventura en la que merece la pena embarcarse, bueno, hasta el día del estreno...pero después, naturalmente, tú querrás que yo acuda todos los días, a la misma hora, y yo por supuesto tendré que ser Max Estrella todos esos días a esa misma hora, y si además es un éxito, aún más y más tiempo...y yo no puedo hacer eso todos los días, tengo demasiado, demasiado miedo...mira, yo intento ser medianamente feliz, aunque no soy un mentecato y ya sé que eso que llamamos felicidad no es más que una palabra, y el miedo no me dejaría ni intentarlo, se me comería...en el cine, un actor puede aislarse y hasta hacerse la ilusión de hacerlo solo, en el teatro uno necesita estar... como en familia, protegido, con esa ilusión de felicidad que te ayuda a vencer el miedo..., en fin, tú ya me has visto así..."

Una familia de teatro

Era cierto. Le había visto sin miedo. Fue en septiembre de 1973 durante los ensayos de Vodevil de Françoise Dorin, una función (en aquellos momentos no se llamaba aún espectáculo) que, como era habitual se estrenaría para calentar motores en un teatro de provincias, en este caso el Teatro Fortuny de Reus, y allí acudió, para mi fortuna, a hacer los últimos ensayos, una familia de teatro cuyo capitán era Fernán Gómez, acompañado por Emma Cohen --en mi recuerdo profundamente enamorados-- y en cuyo seno brillaba sobre todo Pilar Bardem, que ejercía de madre del resto de la compañía aunque no le correspondiera por edad.

Un comerciante de muebles, amigo de mis padres, se avino a prestar todo lo necesario para atrezzar una casa burguesa como requería la obra y a mí me permitió contaminarme algo más en mi camino hacia el teatro durante unos días en que gocé asistiendo a muchas horas de ensayo y sobre todo sorbiendo su presencia y sus palabras. El recuerdo que tengo de mi voraz aprendizaje de aquellas dos semanas escasas, es la un paseo entre la vida al teatro y viceversa extremadamente fácil. Esa facilidad que a veces uno se pasa toda la vida persiguiendo.

Fernando estaba enamorado y se sentía querido y por lo tanto protegido, sin miedos. Llenaba el escenario con su profunda humanidad ensalzando aún más la humanidad de su oficio, el que había aprendido y puede que también heredado de su madre Carola respirando el polvo del escenario, el que llevaba en los genes procedentes de su nunca reconocido padre don Fernando Díaz de Mendoza y su atronadora abuela, doña María Guerrero (aunque todos lo sabíamos y lo callábamos por respeto lo acaba de decir públicamente Emma Cohen, su viuda.) Y sin embargo, ahora tenía ya demasiado miedo. Alguien que suscitaba una rarísima unanimidad tanto en el público como en los profesionales... Tanto miedo que le impedía subirse otra vez al escenario.

Se lo escuché decir muchas veces a Antoine Vitez : "Les acteurs sont des poètes qui ecrivent dans le sable". De Fernando Fernán Gómez, actor de teatro no nos queda nada. El cine es otra cosa, u otro arte, él ya lo dijo. En el teatro cuando se produce el momento extraordinario del combate poético entre el actor y el espectador en carne viva se convierte inmediatamente en recuerdo. Un recuerdo que el tiempo confunde con la vida y que guardamos como un tesoro junto con los de nuestra más preciada intimidad. De don Fernando, permanece, magnífico, en los que lo vivimos, el eco carnal de su magnética presencia y una onda no mitigada de la inteligencia de su pensamiento en el modo de frasear, de tratar la palabra con su voz imperiosa hasta la ternura. Y por supuesto su ironía que otorgaba pliegues y matices insospechados a sus personajes.

Para eso sirve también el teatro: para aprisionar en nuestra memoria momentos de poesía que un gran intérprete como Fernando Fernán Gómez podía hacernos vivir. Para enriquecer nuestro imaginario y nuestra inteligencia con esos momentos. Para recordar lo que un ser humano, vivo y enfrente de mí es capaz aún de sentir y de expresar.

Poema en el aire

Por eso, como homenaje a su gran talento me atrevo en su nombre --él por pudor nunca lo hubiera hecho-- a pedir que, si pueden, acudan o sigan acudiendo a vivir y a alimentarse de esos momentos extraordinarios, en carne viva; no se pierdan ese poema que el actor escribe en la arena o en el aire, porque más allá del espectáculo y del intercambio económico, un actor de verdad, al subirse a un escenario, solo con ese acto, se convierte en oficiante de una doctrina de gran predicamento y poco ejercicio, pero muy necesaria y reconfortante en su práctica: la generosidad. La del intérprete les está esperando para recibir la suya. También, si pueden, muestren a los actores su cariño, como lo ha podido tener , repito, excepcionalmente, Fernando Fernán Gómez. Solo así les ayudaremos a sentirse en familia, a vencer el miedo. Aunque solo sea por el egoísmo de poder compartirlos para nuestro placer más y más tiempo.