Estábamos de pie en la sala de prensa de la Junta: él, vestido con traje de chaqueta y corbata, como corresponde a una presentación en sociedad. Me acerqué, con mucha pereza, porque hay directores de orquesta tocados por la mano de Dios y yo ya hace diez años no tenía edad para divismos: «Le quiero entrevistar», le dije. «Toma mi teléfono».

De lo demás no me acuerdo.

No me acuerdo de la primera vez que cené con él. Sí de la primera que desayuné, con él y con David Menéndez, el día antes de morir mi padre: fuimos a comprar jamón y lomo doblao, fuimos a comer unas tapas con Krzysztof [Wisniewski, que ha sido mucho tiempo concertino de la OEx, violinista en la Orquesta Nacional de España)]. Por la noche hubo concierto, probé las criadillas por vez primera por orden de la mezzosoprano Elena Gragera, celebré que mi mejor amigo había salido bien de la operación de su cáncer de colon, aunque ya sabía que mi padre se moría, y me bebí una botella de vino casi entera, por una cosa y por la otra, qué carajo, porque, como decía Dickens, y lo que dice Dickens yo intento cumplirlo, «yo no bebo más que con mis amigos».

Pero no recuerdo la primera vez que quedamos.

Ni la segunda.

Ni la tercera.

«Yo no vengo a escuchar música, yo vengo por las cenas» ha sido una broma que se ha repetido durante los ocho últimos años en todos los conciertos. Hay algo de verdad en eso.

Hay pocas cosas que me gusten más que verle dirigir: escucharle hablar es una de ellas. Hacemos lo que hacen todos los amigos: recomendarnos libros, hablar de política, de política cultural y de comida y estar como podemos cuando vienen dadas.

Murieron mi padre y mi mejor amigo, nacieron tres niñas y un niño, hubo algún naufragio.

Este hombre me convenció de que soy brillante debajo del arco de Trajano de Mérida, porque para todo lo bello hay que escoger un lugar propicio. Esa noche me ha servido de ancla muchas veces. Al final, nuestros amigos son gente que admiramos.

Se llama Álvaro Albiach, dirige la Orquesta de Extremadura (OEx), este es su último año, lo sé desde hace dos y pico y se irá con un Mahler. La Segunda, no la Novena: siempre ha de quedar algo pendiente, para cuando se regresa, que ya lo canta Chavela, «uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida».

Chavela le puso voz. En realidad, esa Canción de las simples cosas es del poeta mendocino Armando Tejada Gómez y el compositor salteño César Isella.

Deberíamos ir a ver el Lago Argentino otra vez, cuando se pueda.

«Espero que al nuevo director lo elija la Orquesta!, me dijo.

Yo crucé los dedos, porque es muy cansado para un periodista cultural comenzar de nuevo con alguien que no te conoce y a quien no conoces y de quien no sabes lo esquivo o no que podrá ser o lo pagado de sí o no que podrá ser y entonces confirmaron a Andrés Salado y por poco no lloro de alivio.

Seguirá habiendo cena después de los conciertos.

La Orquesta de Extremadura cumple 20 años, de los que casi la mitad han sido suyos. Cada vez que he entrevistado a algún músico o a algún director me ha dicho lo mismo: «La OEx está siendo pionera en España en programar repertorios de compositores contemporáneos y obras clásicas poco o nada escuchadas». No todo es Mozart, no todo es Beethoven.

Sí todo es Mahler.

«A mí la Sexta me suena a Navidad», le dije un día. Todavía nos reímos de eso: «¿A Navidad?!». Luego recordé que mi padre estaba (más) en casa en esa época y sonaba música clásica y alguna vez…

Por la OEx han desfilado muchas personas que se han ido incorporando a esas cenas, gente muy joven, muy inteligente, con poco más de veinte años, que se están labrando una carrera poco a poco y con paso firme, como Jaume Santonja.

Estos meses está por aquí Jorge Yagüe. Tiene 24 años. Si quieres saber en qué esquina de qué ciudad y en qué año a Mahler se le cayó el pañuelo del bolsillo, te dice el mes y la hora. Sabe cualquier fecha, cualquier opus, cualquier cosa. Ha escrito las notas, por primera vez, al concierto de esta noche en Cáceres (ayer en Badajoz). Y cómo escribe y qué didáctico es: «Desde su nacimiento, la huella del sufrimiento estuvo de tal manera ligada a Mahler que, siendo aún un niño, solía responder a la habitual pregunta de ‘¿Qué quieres ser de mayor?’ con un todavía inocente pero ya esclarecedor ‘¡Mártir!’».

Se van a interpretar las Canciones de un compañero de viaje, sus dos Rückert Lieder y el adagio de la Décima: «El movimiento estrella de Mahler a lo largo de todas sus sinfonías, aquel que suele suponer el momento culmen o la conclusión de sus obras, en este caso aparece en primer lugar, como si Gustav ya supiese desde un comienzo que, de no ser así, lo mismo no podría finalizarlo».

En el concierto de hoy canta el barítono José Antonio López: ya interpretó a un magnífico Jokanaan en la Salomé que abrió el Festival de Mérida hace unos años.

Fue una noche preciosa y un reto difícil. Ha ocurrido mucho en esta década. Hasta se encontraron partituras en la catedral. La Orquesta ha crecido infinito en estos años. Seguirá creciendo. Yo gané un amigo.