El explorador Ernest Shackleton veía en su segundo al mando, Frank Wild, a su «otra mitad». Tanto, que sus restos descansan juntos y en su epitafio reza «la mano derecha de Shackleton». Con Wild, «valiente, enérgico y de un optimismo inagotable», relata la escritora Julia Holmes, cualidades que se revelaron providenciales, partió a bordo del Endurance con 27 hombres más rumbo a la Antártida en 1914, expedición en la que sobrevivieron tras dos años a la deriva. El barco quedó atrapado en el hielo y tras una odisea alcanzaron la remota e inhabitada isla Elefante. Shackleton partió con cinco tripulantes para pedir ayuda a 1.300 kilómetros de distancia dejando a Wild para mantener al resto con vida y ánimo hasta su vuelta. Y este, a pesar del hambre, la congelación y la baja moral, con temporales y vientos de 140 kilómetros por hora, les leía cada noche recetas para que soñaran con un festín. En 1921, cuando Shackleton lo llamó para una nueva expedición, no dudó en seguirlo. Pero el jefe murió antes, de un ataque cardiaco.