Como si fuera un retrato de familia, el Oscar desfiló ayer delante del teatro Kodak de Los Angeles con Anacleto Medina a la cabeza, orgulloso padre de este pequeño ejército de estatuillas que en 24 horas pasarán a otras manos.

Con felicidad y orgullo en sus palabras, este mexicano de un pueblo de Zacatecas y los cerca de sesenta años reflejados en sus canas admite así su paternidad de estas codiciadas estatuillas.

"Yo soy el que hace el Oscar, el que transforma la materia prima en el trofeo", explica para esos que desconocen el proceso.

Porque las estatuillas doradas que en 1927 diseñó el director de arte de los estudios MGM, Cedric Gibbons, y que dan cuerpo al galardón más codiciado del mundo del cine no llegan al mundo así, como las recibirán sus ganadores.

Se trata de un laborioso proceso de unas seis a ocho semanas por cada camada de 50, número que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas pide cada año a la empresa R.S.Owens, donde Medina está al frente de unos más de 80 hispanos, en su mayoría mexicanos. Son parte de los 165 empleados de la empresa que, lejos de los brillos de Hollywood, en Chicago, se encarga cada año desde 1983 de la fabricación de los Oscar.

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