Una vez más, y ya van 80, la Filarmónica de Viena saludó al Año Nuevo con su tradicional concierto, en el que esta vez los tradicionales valses de los Strauss hicieron por primera vez hueco a Beethoven, del que este año se cumple el 250º aniversario de su nacimiento, y en el que el fin de fiesta de la Marcha Radetzky sonó limpia de reminiscencias nazis.

El director letón Andris Nelsons, que se estrenaba en la tarea de conducir desde el atril este saludo al 1 de enero, cumplió su deseo expresado unos días antes de «compartir con la gente la alegría» y empezar el año con algo positivo.

Una de las principales novedades de esta edición la protagonizó el himno con el que se remata el concierto: la Marcha Radetzky. La que sonó no es la original, sino una partitura con los arreglos que introdujo en 1914 el austriaco Leopold Weninger. Este compositor se afilió luego al partido nazi y realizó numerosas obras para ensalzar su ideario antisemita. La Filarmónica, que hasta 2013 no hizo memoria histórica sobre sus vínculos con el nazismo, quiso presentar una nueva versión, limpia de esos arreglos.

La complicidad entre foso y atril fue patente desde que sonó la obertura de Los Vagabundos, de Carl Michael Ziehrer, una primicia en el Concierto de Año nuevo y con la arrancó el recital.

En la segunda parte, a la música se unió la danza, con la emisión de dos piezas de ballet. El coreógrafo español José Carlos Martínez, hasta el pasado septiembre director de la Compañía Nacional de Danza, fue el responsable de las dos escenas, grabadas en agosto. La anécdota llegó con El galope del postillón, de Hans Christian Lumbye, para la que Andris Nelsons desdobló sus funciones: dirigió a la orquesta y protagonizó los solos de trompeta.