Un barracón opresivo y en penumbra. Toscas literas de madera. Una gran cacerola con un mejunje marrón y mendrugos de pan negro. Un preso reparte la ración a sus compañeros, demacrados, cabizbajos y silenciosos, todos con sucios pijamas de rayas. Hace más de 70 años eran republicanos españoles encerrados en el campo nazi de Mauthausen. Hoy son actores en una perfecta reconstrucción del escenario original, en un plató de Tarrasa, pero ese silencio, respetuoso, se mantiene incluso en las pausas de rodaje. «Los actores, la figuración, todos... la entrega es total porque todos creemos que la historia se tiene que conocer y debe ser contada», señala Mar Targarona, directora de El fotógrafo de Mauthausen, que ha reclutado a Mario Casas para encarnar al joven protagonista, Francesc Boix (Barcelona, 1920-París, 1951), para el actor, «un superhéroe sin máscara, capa ni poderes».

Mario Casas, literalmente, se está dejando la piel (ha perdido 12 kilos desde verano) para resucitar a Boix, el preso que, junto a otros españoles, robó y ocultó los negativos de las fotos que hacían los SS en el campo. Temían que ante la inminente derrota, los nazis los quemaran para no dejar pruebas. Esas imágenes demostraron las atrocidades de Hitler en los juicios de Núremberg de 1946, donde Boix fue el único español que testificó.

«Es un regalo de personaje», admite un Mario Casas forjado tras sus papeles en Grupo 7 o Carne de neón y lejos ya de aquel joven que enamoraba a adolescentes en 3 metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti. «Dicen que Boix siempre tenía una sonrisa, que eso le hizo sobrevivir y luchar. Tenemos la imagen de los reclusos agachando la cabeza ante los nazis, pero Boix se atreve a hablarles en alemán, les increpa, pero de una manera pilla, inteligente, con una sonrisa que los engatusa, es un tipo atractivo con la mirada, con las palabras, corporalmente vivaz y los SS saben que es un tipo listo y un buen fotógrafo. No piensa, porque pensar en una situación tan devastadora significa caer en un pozo. Y no tiene miedo porque sabe que no tiene nada que perder».

El equipo rueda en Tarrasa, en el Parque Audiovisual y en Torrebonica. Es ahí donde destaca la minuciosidad de las fidedignas reproducciones de escenarios reales de Mauthausen, como los barracones, la enfermería (con el retrato de Hitler), los intimidantes hornos crematorios, la carpintería (con el águila nazi y el Arbeit macht frei -el trabajo os liberará-) o la imponente puerta de entrada, recreada en porexpán.

Obsesionada con «hacer creíble la historia», Targarona vio documentales y películas sobre campos (El pianista, La lista de Schindler, Los falsificadores...) y recibió la ayuda de Benito Bermejo, autor del libro sobre Boix El fotógrafo de Mauthausen. Como Casas, la directora de Secuestro y productora de El orfanato no conocía la historia de Boix hasta que los guionistas Alfred Pérez-Fargas y Roger Danés le llevaron la idea. «No sabía que hubo españoles en los campos nazis. Fueron 7.000 y solo sobrevivieron 2.000. Y su historia debe saberse y explicarse. Sientes la responsabilidad con las víctimas. Quedan muy pocas con vida». «Eran republicanos que perdieron la guerra, fueron a parar exiliados a campos en Francia, algo que tampoco se ha contado en cine -añade-. El Ejército francés los reclutó y fueron capturados por Hitler. Y el cuñadísimo de Franco, Serrano Suñer, dijo a los alemanes que se los quedaran. Y tras la liberación fueron apátridas porque no podían volver a España».

Para preparar el rodaje de la cinta -cuyo estreno está previsto para octubre del 2018 y tiene un presupuesto de cuatro millones- visitaron Mauthausen. «El infierno era cruzar esa puerta. Es tan frío, austero... una energía oscura y opaca sigue ahí -atestigua Casas-. Lo que más me impactó fue la cámara de gas. Temías entrar y que la puerta se cerrase. El actor sintió esa necesidad «de contar cómo lucharon y cómo fueron capaces de organizarse». Ahora les espera Hungría.