Hablamos sobre cultura sin que haya apenas actividades culturales, una semana y otra, pendientes de los números, que cuando son personas no dejan de ser números, aterradores pero números al fin, sin apenas salir de casa unos y montando fiestas particulares otros porque ha de haber de todo en la viña del Señor y se suceden los datos y los nombres.

Porque los números también son nombres. El muerto número 3 del día es Concha, el 12 es Petri, el 17 es Joaquín.

Si hicieras rastreos, ya no te daría pena, te daría rabia, me dice una enfermera del centro de salud mientras esperamos que encuentre la vena para sacarme sangre y me dice que un tatuaje apuntando dónde está no me vendría mal (son difíciles de encontrar). Porque a mí me da pena que no aprendamos nunca, este pensar a corto plazo. Mis amigos llaman: «Quedamos a comer en casa cuando todo esto pase, que hay muchos contagios». Sí: tengo amigos mayores, con padres muy mayores, que no juegan con la salud pública.

A mí me da pena, a ella le da rabia. Y verás cuando abran los institutos y los colegios. Pero y dónde dejamos a los niños, si tenemos que venir, dice su compañera.

Qué mal se conjugan la producción laboral y la crianza.

Volvemos a ver a más hombres en los supermercados.

Este mes debería haber sido el de las fiestas populares por excelencia. El de Jarramplas, el de las Carantoñas, las Luminarias… Hay 28 de ellas en A los veinte de enero. Un paseo fotográfico por las fiestas del mes primero, libro de Sebastián Martín Ruano publicado por la Editora Regional de Extremadura, pero hay muchas más, «sobre todo algunas muy pequeñas que la gente humilde no ha querido perder: que se coma el plato típico tal día, que se salga a la calle a ver al santo tal otro…».

En Acehúche se han quedado sin carantoñas, pero no del todo. Susana Llanos Sáenz es acehucheña, licenciada en Bellas Artes y nunca había realizado un mural, pero siempre hay una primera vez. No ha utilizado spray, sino brocha y pinceles, más gruesos o más finos. Lo intentó con rodillo, pero no le gustó.

Ha dibujado las máscaras, lo que allí llaman las caretas, que se van pasando de padres a hijos, porque las visten los hombres. «La paleta de color es muy parecida: colores terrosos, muchos marrones… Y también mucho rojo, que simula la sangre. Y mucho blanco, porque ahora se usan sprays o acrílicos, pero antiguamente se utilizaba cal» para adornar las caretas, hechas con pieles curtidas de animales. Susana Llanos ha dibujado las más representativas… y también algunas con valor sentimental, como la de su hermano.

Extremadura se ha lanzado en los últimos tiempos al arte mural. A Brea le han dado uno de los premios San Fulgencio 2021: «Estos premios son un reconocimiento a aquellas personas y entidades por su labor o trayectoria en el ámbito, cultural, artístico o social en Plasencia. Debo reconocer que encontrarme entre los premiados ha sido toda una sorpresa y un orgullo para mi. Es de los premios que más ilusión pueden hacerme porque es mi ciudad, Plasencia, la que me lo otorga·, escribía en su página de Facebook. Ha pintado un mural en reconocimiento a los sanitarios (ojalá algún ayuntamiento encargue también otro mural dedicado a los responsables de mantener limpias las calles y los edificios: el trabajo más necesario y más ingrato que conozco: si no lo creen, piensen en una huelga de basuras). «Un reconocimiento aún más emocionante, si cabe, porque ha llegado en este año tan complicado para todos», dice.

Para Jonatan Carranza, Sojo, el año acabó realizando un mural «en homenaje a las mujeres rurales que tanto han trabajado por levantar pueblos de colonización como Valdecín». Y 2021 comenzó en Puerto de Santa Cruz, recreando una escena de identidad en la que han acabado posando no solo los vecinos: también el burrito Mesi. En Peraleda de San Román dibujó a mujeres en la calle, sentadas al fresco con sus labores de costura. En Piornal, que se ha quedado sin Jarramplas este año, el mural se titula Raíces, con la música presente en la fiesta de La Toñá (Piornal es más que nabos: cuánto acervo cultural). En Miajadas, Sofía, que muestra a una niña vestida de invierno, con cazadora y gorro de lana, soplando sobre unos barcos de papel, con el deseo de que soplen buenos tiempos.

Y Romangordo, qué belleza Romangordo.

El muralismo tiene una tradición cultural de siglos (¿se cuenta como muralismo pintar frescos en una iglesia? Realmente, decimos «muralismo» y todos lo entendemos, pero el muralismo se circunscribe solo a México y su identidad nacional. Aquí, de todos modos, también estamos plasmando nuestra propia identidad. Los bolillos en la calle, los juegos infantiles, la identidad de género que plasmó Brea en Carcaboso y que es identitariamente primigenia aunque no le hagamos caso hasta que otros no nos señalan (ah, el castigo social: podríamos escribir ríos sobre el castigo social), las fiestas populares que esperemos que vuelvan el año próximo (yo ya no puedo cruzar más dedos). Ojalá más color, compromiso y reconocimiento en estas calles nuestras.