Los libros de historia militar y el cine bélico han destilado una imagen del frente de guerra perfumada de heroísmo, espíritu noble y buenos y malos indubitables. Por el contrario, las cartas que los soldados enviaron a novias y familiares desde la inmediatez del combate, así como los diarios que escribieron al calor de las ametralladoras, hablan de terror, humillación, placer orgiástico en el uso de la bayoneta y todo tipo de vísceras sangrantes.

Resolver este contraste es lo que movió a Joanna Bourke, historiadora militar del Birbeck College de Londres, a escribir Sed de sangre (Crítica), libro que propone un viaje, desapasionado y neutral, pero íntimo y crudo, al combate cuerpo a cuerpo de la guerra.

Tres contiendas del siglo XX (la primera y segunda guerra mundial, y Vietnam), 800 testimonios directos del frente (diarios, cartas, informes a pie de trinchera) y decenas de entrevistas con testigos de estos combates han servido de material a Bourke (Nueva Zelanda, 1963) para dibujar una cara b de la guerra que no siempre llega al público. Por sus páginas desfila el delirio de quien confiesa haberse entregado sin freno a la violación en grupo de una prisionera, junto a las técnicas de adiestramiento en el arte de matar que se ofrecen en el frente y el sentimiento de culpa de quien no puede olvidar el rostro del inocente al que acribilló gratuitamente.

"No había mucha luz y él era apenas una sombra, pero mientras yo retorcía la bayoneta, chilló como un cerdo en el matadero", recuerda el soldado británico R. H. Stewart, que sirvió en la batalla del Somme, una de las más largas y sangrientas de la primera guerra mundial. El marine francotirador James Hebron evocó a su vuelta de Vietnam "esa sensación de poder, de mirar a alguien siguiendo el cañón del rifle y pensar: Vaya, puedo cargarme a ese tío´". "Realmente empezó a encantarme esa mierda de matar, nunca tenía suficiente. Cada uno que mataba me hacía sentir mejor", contó otro veterano de Vietnam.

La mayoría de los protagonistas volvieron a casa y reemprendieron sus vidas como fontaneros, carteros y panaderos, tratando de no mirar atrás. "Me ha sorprendido el contraste que hay entre la urgencia que sintieron por contar lo que vivían cuando estaban en el frente y la cortina de silencio que casi todos corrieron al volver a casa", analiza.

Con todo, Sed de sangre incluye un capítulo dedicado a analizar el peso de la culpa y cuenta con las declaraciones y opiniones de no pocos testigos vivos de aquellas oscuras páginas de la historia del siglo XX. "La mayoría aceptó hablar sin reparos. Noté en ellos cierta necesidad de que se contara su verdad, que no tenía nada que ver con la que ofrecían las películas y los libros", añade.

Bourke advierte de que no se considera una pacifista ("hay guerras, aún hoy, que son inevitables", afirma) ni ha pretendido ofrecer una lectura moral de la guerra, pero destaca un uso práctico de sus páginas.