Un sultán que adoraba a Richard Wagner. O la historia del diplomático otomano que encargó pintar El origen del mundo a Gustave Courbet. Aventureras con enaguas y polisón que no dudaban en cruzar los desiertos arábigos. O cómo los nazis intentaron, sin conseguirlo, utilizar el islam en su provecho. Todas estas historias y muchas más se entrecruzan en una noche de insomnio y fantasmagorías en la cabeza de Franz Ritter, un orientalista musicólogo al tiempo que evoca a Sarah, su amada perdida. Es Brújula (Random House), la novela que le ha valido a Mathias Enard (Niort, 1972), escritor francés pero barcelonés de vocación, porque aquí reside desde hace años, el Premio Goncourt. En el país vecino lo han saludado como una obra maestra.

--¿Existe un momento significativo en que poder datar el principio de su amor por Oriente?

--No sé si es así o lo he reconstruido yo a posteriori. Crecí en un pueblecito del oeste de Francia, Niort, donde lo más exótico que teníamos era un restaurante chino. Era la vida de provincia. Con mis padres apenas viajé al extranjero. Pero sí, recuerdo nítidamente la primera vez que me llevaron a la biblioteca. Tenía 8 años y me quedé encandilado con una edición ilustrada de Las mil y una noches, donde se podía ver a los djinns, los demonios árabes, y a personajes con turbante. Años más tarde, en mi adolescencia, todo se mezcló con las ganas de viajar. Soñaba con un Oriente bastante irreal, una especie de paraíso exótico. Luego, ya en la universidad, empecé a estudiar persa y árabe.

--Dicen sus amigos que habla el árabe como un árabe.

--Exageran. Pero lo cierto es que hablo el dialecto del Líbano o de Siria casi cada día, sí.

--¿Esa es la mejor manera de comprender al otro, de meterse en sus zapatos?

--El idioma es lo más importante. Hay que percibir las cosas desde dentro. Hay gente que no lo necesita, pero a mí, que he vivido en el Líbano, Siria y Egipto, me resultaría muy difícil residir en un lugar sin entender el idioma Enard puede decir esto tanto en catalán como en castellano, idiomas que también domina.

--Su novela está protagonizada por un orientalista. Ha habido no pocas críticas al orientalismo, entre ellas las de Edward Said, otro de los personajes que cruzan su novela, que sienten que en cierta manera el orientalismo está cargado de prejuicios y clichés.

--Debemos separar las construcciones que nos hemos hecho sobre Oriente, las imágenes más o menos exóticas con las que lo asociamos, de la realidad del mundo árabe, Turquía o Irán. Es ese Oriente misterioso y a menudo violento, que es una concepción muy antigua y que también se ha convertido en un cliché, incluso para los propios árabes, que se pueden disfrazar con fines turísticos cuando el europeo llega a Estambul o a El Cairo. En el fondo, es un espejismo, pero aunque siempre se ha asociado a los orientalistas con ese movimiento de dominación, ellos no son directamente responsables.

--Su protagonista, además de insomne, está bajo los efectos del opio. ¿La densidad de la escritura intenta reproducir el tipo de ensoñaciones que produce esta droga?

--El opio es muy popular en Irán, donde yo mismo lo probé, sé el tipo de sueños que produce. El opio es una droga muy literaria y también es importante en esta imagen evanescente que tenemos de Oriente, aunque en realidad, en los años 20, en la mayoría de ciudades, Barcelona incluida, había fumaderos.

--Este libro aparece después de Sumisión de Michel Houllebecq y es fácil darse cuenta de que es su reverso. Curiosamente ambos han ganado el Goncourt.

--Yo creo que a Houllebecq no le interesa el tema del Oriente islámico. Lo utiliza para hacer una caricatura de Francia a partir de sus obsesiones, como el consumismo, la falta de espiritualidad, la tristeza del sexo. Pero su islam es de pacotilla. Hay que verlo con hondura.

--En Sumisión fomenta el miedo al islam. En cambio, la visión de Brújula es la opuesta, busca la comprensión.

--Lo que hago es mostrar que el islam está dentro de nosotros. Y, sobre todo, que esta separación artificial entre Oriente y Occidente no tiene ningún sentido. Ambos están en todas partes. Houellebecq muestra al islam como una amenaza cuando deberíamos contemplarlo como una ventaja cultural, como así ha sido desde el XVIII.

--¿Este es un libro político?

--Por supuesto. La idea es ver que hay más allá de la violencia. Los medios de comunicación y sobre todo las redes sociales lanzan mensajes muy veloces. El acontecimiento se concentra en unos segundos y después no hay nada. Solo el chispazo del horror. Ver las cosas de una manera más profunda es un gesto político.

--Esta obra se escribió al tiempo que estallaba la guerra civil en Siria. Y el eco de la contienda atraviesa sus páginas.

--Así es, entre el 2010 y el año pasado. La guerra de Siria es la mayor catástrofe de Oriente Próximo en siglos. Yo tenía buenos amigos ahí. Ahora casi todos están fuera, apenas quedan unos pocos en el sur.

--El libro explica, a raíz de la destrucción de Palmira, por qué algunos árabes no sienten como propio su patrimonio arqueológico.

--El colonialismo europeo ha arrebatado a los árabes su propio pasado, como si fuera más europeo que sirio o iraquí, y esto coincide con el hecho de que los nacionalismos de estos países han utilizado su patrimonio arqueológico como una forma de reforzar su imagen de nación. De ahí que el panislamismo del Estado Islámico haya colocado en el punto de mira todas esas manifestaciones de la antigüedad.

--¿Conocemos Oriente bien?

--Las relaciones no son simples. Tenemos la tendencia de ver a Oriente como un todo compacto y es muy difícil hablar de Siria, el Líbano o Egipto desde países como España, Francia o Alemania. En España la situación es muy distinta porque hemos tenido Oriente en casa. Durante años, Al Andalus sirvió al nacionalismo español para definirse.

--De nuevo el otro. ¿Está de acuerdo con ese análisis de las acciones de ISIS que asegura que en Europa y en EEUU estamos ya en guerra?

--La guerra de verdad está en Siria. El terrorismo no es una guerra, por mucho que los políticos franceses se empeñen en lanzar ese mensaje. Es un error porque el ciudadano buscará un enemigo y lo encontrará en los musulmanes. El momento es grave, de acuerdo, pero su ámbito es policial. Ahora que todo está entremezclado no tenemos otra opción que interesarnos por el otro y enriquecernos.