El músico argentino Andrés Calamaro puede interesarse por el tango, el folclore o el intimismo a voz y piano, pero siempre vuelve al corazón del rock’n’roll: ahí está este templado Cargar la suerte, su último disco.

-Cargar la suerte es una expresión taurina que significa «cambiar la trayectoria de la embestida del toro asumiendo un riesgo». ¿En qué sentido se acoge a ella para titular el disco?

-Para un disco es un título estético, para la tauromaquia es un concepto más profundo que la estética: es sinónimo de verdad y entrega. Valoro la tauromaquia como un tesoro cultural blindado. Prefiero pensar que el título sirve para mostrarme al mundo como aficionado comprometido. La lámpara maravillosa, la música callada.

-Ha tenido curiosidad por los géneros al margen del rock siempre, pero ¿necesita volver a este género porque es su centro anímico?

-Escucho mucha música, soy estudioso. Grabar un disco es elegir entre medio centenar de discos posibles, otra cosa es ensayar. El rock como centro anímico es el del local de ensayo. En los ensayos continuamos todo lo que aprendimos, lo que somos, todos los años juntos. Ensayando soy el proyecto de todos mis maestros, los que creyeron en mí, el futuro que ellos imaginaron. La música ajena al rock me encanta, es un tesoro inabarcable.

-¿Ha grabado el disco en Los Ángeles porque le apetecía hacerlo en un lugar con pedigrí en el imaginario del rock? ¿Qué representa para usted musicalmente esa ciudad?

-Los Ángeles es la meca del boxeo y del rock. En los años 90 funcionaban 400 estudios de grabación al mismo tiempo. Grabar con la crema de los músicos de Los Ángeles es un idioma. Eficacia, inspiración, generosidad, un credo. Hace 40 años escuchaba -con delicia- las grabaciones californianas de Jackson Browne, David Lindley, Danny K, David Crosby y Neil Young. Además de los teclados de Hugo Fattoruso, Joe Zawinul y Herbie Hancock.

-Las rimas tiene una gran intensidad, a juego con declaraciones poderosas. ¿Quién es ese «nosotros», «somos la rabia, somos la gente»?

-«Nosotros» somos nosotros: los que estamos juntos ya sabemos quiénes somos. Los demás, que sigan sin enterarse. «Somos la rabia» es un grafiti con historia en Argentina. Es la respuesta a muerto el perro se acabó la rabia. Me gusta esa letra, estoy escribiendo con más respeto por las reglas académicas del verso, pero me gusta cómo bajan línea estas rimas… Siempre somos nosotros, mi gente.

-Bob Dylan es nobel de Literatura. ¿Es partidario de separar las letras de la música y darles un trato de obra poética? ¿Qué le parece que se haga eso con sus canciones?

-Me estoy expandiendo en el texto. Escribo para cine, proyectos más comprometidos, versos y textos breves. Tenemos una página de culturas y delito, nerviodigital.com. Me estoy entrenando fuerte para escribir mejor; las próximas letras van a ser buenas. Mis canciones ya las pienso como música, la letra es mi partitura, confío en lo que escribí y me aplico en escribir mejor.

SEnDHonestidad brutal cumple 20 años. ¿Discrepa o le contraría que esté colocado en una vitrina como su obra más alta?

-Fue una grabación tan salvaje que merece considerarse mi obra más alta. Grabamos en estudios grandes, escribiendo las canciones allí mismo, días y noches durante nueve meses. 63 canciones permanecen inéditas y están bien descartadas. Este año vamos a reeditar el álbum con los créditos en las canciones, las letras y más música. Como disco es muy bueno, pero la grabación fue una aventura severa, hedonista y degenerada.

-También hace 20 años que salió de gira con Dylan. ¿Ha sido la experiencia de su vida en la que ha tenido que rebajar más el ego?

-El ego es otra cosa, está afuera y se presenta en diferentes envases, el auge del ego es internet. Y el amor, tener celos, sufrir por amor. La peor manifestación del ego, según Freud. Practico la gratitud y la amistad. Con los músicos y con las personas. El destino del canto nos elige para nuestro sacrificio, no para nuestra vanidad. Nos espera una gran responsabilidad. La música es un cuadro que se pinta y se incendia, se desvanece en el aire… No hay tiempo para ensancharse, somos como soldados o taxistas, no tenemos ego ni alma ni espíritu. No somos autocontemplativos, pensamos música. Cuando giramos con Dylan estaba ciego, con la vanidad completamente diluida.

-Confundió a muchos de sus seguidores con el comentario político de días atrás, que se encajó como muestra de simpatía hacia Vox. Hubo gente que dijo haber tirado sus discos al contenedor.

-Si me siguen, entonces me conocen; no tengo que explicar mi cuerpo ideológico. Nuestra raza tiene los mismos enemigos: en la policía, la moral cristiana, el poder judicial, las autoridades, la Iglesia, la opinión pública… Me defino como ácrata, liberal, socialista y reaccionario. Que tiren mis discos a la basura es un honor. Nuestro mandato generacional es gustar y ofender. Presumir de principios elevados es un delirio. Prefiero una conversación política seria, escuchar y aprender. Mis ripios: los Reyes son más aptos y contemporáneos que los políticos profesionales, la tauromaquia es sagrado reducto de la sublimación de las especies, y el amor es para los vulnerables y los marginales. Son cuestiones que escapan a la ilusión de la izquierda y la derecha. Entre el blanco y el negro hay miles de grises. Este cuchillo corta transversal.

-Se alerta de las amenazas a la libertad de expresión. Al mismo tiempo, hace unos días saltó la noticia de que una escuela pública había retirado La caperucita roja por sexista. Desde la izquierda, ¿se ponen límites también?

-Los límites de la libertad de expresión se están reinterpretando. Hay distintas maneras de perseguir a un cantante. Retirar un libro de los programas escolares no es un drama per se, pero estamos advertidos por la regla de tres o cuatro: si caen los cuentos infantiles, cae el teatro, el cine profano, la mitad de las canciones, se caen los cuadros de los museos.