"Las imágenes de lo que presencié en el campo de exterminio son, me temo, mis posesiones permanentes. Nada me gustaría más que liberar mi mente de estos recuerdos". Quien escribió esto en 1944, antes del final de la segunda guerra mundial, en Historia de un Estado clandestino , libro que agotó enseguida en EEUU los 400.000 ejemplares de la primera edición, fue un testigo de excepción del Holocausto. Jan Karski, miembro de la Resistencia polaca, entró clandestinamente en el gueto de Varsovia y en un campo nazi de exterminio en 1942 y tras cruzar la Francia ocupada y la España franquista alertó del asesinato masivo de judíos al Gobierno británico y otros políticos, a escritores como H.G. Wells y Arthur Koestler, a la ONU, a la prensa y, en julio de 1943, al mismísimo Roosevelt. El presidente estadounidense, como los demás, le escuchó atentamente, sí, pero nadie hizo nada para evitar que el exterminio continuara.

Inédito en España, el testimonio de Karski (Lodz, 1914 - Washington, 2000), Historia de un Estado clandestino , se publica en castellano (Acantilado). Su voz y su imagen rememoraron su historia en Shoah , el documental de Claude Lanzmann. Aunque Karski opinó que era "la mejor película que jamás se haya hecho sobre la tragedia de los judíos", lamentó que los 40 minutos elegidos de ocho horas de entrevista no reflejaran la sordera de Occidente ante la petición judía de auxilio. El año pasado Lanzmann le resarció póstumamente con Le rapport Karski , donde recuperaba una hora de conversación inédita.

Antes de su "secreta misión", como miembro de la Resistencia polaca, cuyo gobierno se exilió en Londres tras la invasión alemana, Karski sufrió en propia carne la crueldad nazi. La Gestapo lo capturó en 1940. Recuerda lo que le dijo su torturador: "Jamás permito que un hombre salga de aquí, caminando o arrastrándose, sin antes haberle arrancado la verdad. Se lo aseguro: después de algunas de nuestras caricias, usted pensará que la muerte es un lujo". Y tras las primeras caricias supo que no lo soportaría. "Para evitar la degradación de traicionar (...) lo único que podía hacer era utilizar la hoja de afeitar (que había hurtado) y quitarme la vida". Y se cortó las venas. Pero despertó en un hospital de las SS. Allí, la Resistencia organizó su fuga.

En 1942 dos judíos le introdujeron clandestinamente en el gueto de Varsovia. También se coló en el campo de Izbica Lubelska, que él creyó Belzec. Impotente, vio a los alemanes llenar vagones de tren "hasta los topes de carne humana apretujada". Dentro había cal viva que "deshidrata y quema aprisa" la carne húmeda, explica. "Solo puedo decir que lo he visto y que no miento", afirma Karski, que fue profesor en la Universidad de Georgetown desde 1947 hasta su jubilación y nunca se cansó de repetir que aunque tras la guerra líderes políticos, militares o la Iglesia se horrorizaban y negaban saber nada del Holocausto, "no era un secreto para ellos".