A los 59 años ganó el Premio Planeta con La gangrena, escrita tras la muerte de su hijo Miguel, de 21 años. Pero esta mujer, que respira por todos los poros el saber estar de una buena y clasista educación, propia de las jóvenes de la acomodada burguesía barcelonesa, llevaba escribiendo desde los siete años. En la actualidad, solo se queja de que oye mal y tiene algún mareo pero camina con paso decidido y mantiene una conversación muy vinculada a la actualidad y llena de humor.¿Qué le interesa mostrar en un diálogo entre una mujer viva y su marido que acaba de fallecer y se le abre el mundo ante sus ojos?

Nada en especial, solo que el lector reflexione; es lo que pretendo en todas mis obras. Pero pone de relieve a un hombre prepotente que anula a su esposa...

Los hombres ningunean a las mujeres porque tienen miedo a que estas les superen, tienen pánico a que les oscurezcan. Y en esta novela, además, el personaje femenino está basado en una persona que conocí. Siempre toma ejemplos de las experiencias de otros pero nunca ha querido escribir una autobiografía.

Porque no tiene ningún interés y no me va explicar mi intimidad. Pero sí están las cosas que me han sucedido o han pasado a mi alrededor. Excepto cuando la guerra civil, que dejé de escribir. Pero, ¿su vida no se merece una novela?

Todas las vidas merecen una novela pero no hay que provocar el bostezo. ¿Qué elementos predominan cuando se sienta a escribir?

El factor principal es explicar una historia que interese al lector, en la que haya amores y que tenga una pequeña intriga. Me pongo en el lugar del lector y quiero que no se aburra, que no se canse, pero que le ayude a pensar. ¿Es lo mismo que pide usted como lectora?

Yo busco libros que me enseñen algo y no con todos los escritores lo consigo. Por ejemplo, los libros de Doris Lessing no me dicen nada. Pues le han dado el Nobel...

Sí, pero por lo que la rodea. A todos les han dado el Nobel por cosas ajenas a la literatura. ¿Qué norma sigue cuando se pone a escribir?

Primero tengo una idea que quiero desarrollar y a partir de ahí, los personajes van surgiendo. Unos crecen en importancia y otros se mueren por el camino. Las primeras 100 páginas son las más difíciles; luego, todo va rodado. Y desde el principio sé como va a terminar. Por las mañanas leo libros y periódicos. La televisión solo la enciendo para ver las noticias. Por las tardes escribo, y aunque veo a amigos, me gusta la soledad. Un escritor tiene que estar solo. ¿Recopila datos o todo es fruto de su imaginación?

Busco mucha documentación. Por ejemplo, para La sinfonía de las moscas, que se publicó en 1982, me pasé meses visitando el barrio chino, un ambiente que nada tenía que ver con la sociedad que yo frecuentaba, disfrazada como si fuera una de las mujeres de allí, para saber todos los detalles, hasta cuánto costaban las toallas que daban a la entrada de las pensiones. Me acompañó un amigo. Y fue todo bastante esperpéntico, en el sentido literario de la palabra. Pese a haber publicado una treintena de libros siempre se ha quejado de que la crítica no ha estado de su lado.

Más bien que no les he interesado. Además, ahora no hay críticos; hay gente que lee las solapas de los libros, opina y cree que lo sabe todo. Además, sabe usted, yo vivo en Barcelona y escribo en castellano... Usted luchó siempre contra los que la tenía solo por una mujer que escribía, no como una escritora. ¿Se ha sentido minusvalorada como la protagonista de su novela?

Nunca. Mi padre, que era un intelectual, estaba empeñado en que yo tuviera estudios superiores y por eso fui a la Escuela de Comercio. A mí, me repateaba, no me interesaba en absoluto. Yo quería ser escritora y me gustaban más las letras que los números. Pero acepté su decisión. Todo menos pasar por tonta ante mi padre. Luego la experiencia de las cuentas me sirvió en La gangrena. ¿Qué proyecto tiene entre manos o le gustaría emprender?

Tengo la ilusión de escribir una biografía novela de la reina Victoria Eugenia, la abuela de Juan Carlos, pero no sé... Estoy bien de salud pero me canso un poco. ¿Espera algo de la vida a sus espléndidos 91 años?

Lo que espero es morirme contenta. También, ser recordada por mi obra, que ha tenido muchos lectores pero no grandes premios. Los mejores regalos son los cientos de correos electrónicos de los lectores en los que me dicen cómo mis libros les han ayudado a vivir. Ese es el mejor premio. Y que tengo una nieta, que es como una hija porque la he criado, que va a publicar su primer libro.