Cuando hace más de una década Roberto Bolaño, en su novela 2666 , quiso reflejar el mal absoluto en el siglo XX, puso el foco pormenorizado y terrible en la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez, en México, donde cada día moría una mujer a manos de un hombre macho, vinculado a la droga, con el suficiente dinero y armas como para sentirse impune. La del escritor chileno era una mirada metafísica pero también real, concreta, sobre el clima de crueldad extrema que vive el país.

Desde entonces y hasta ahora, mostrar la violencia en las letras mexicanas se ha convertido en un paso ineludible para buen número de escritores guiados por una voluntad estrictamente literaria. Es una lista que siempre se renueva en la que caben nombres como Carlos Velázquez, Julian Herbert, Juan Pablo Villalobos, César Silva Márquez, Emiliano Monge o el más celebrado de todos ellos en Europa, Yuri Herrera. Sin olvidar a un autor de novela negra como Elmer Mendoza, que desde la literatura de género está construyendo su particular retrato del conflicto. Además acaba de recuperarse otro thriller , La paz de los sepulcros (Al revés), de un autor tan poco asociado a la narcoliteratura como Jorge Volpi.

GRAN CRONISTA "En México el narcotráfico ha crecido patrocinado por las instituciones. Por eso ha sido tan corrosivo. No es solo trasiego de droga, implica lavado de dinero, tráfico de mujeres, asesinatos, explotaciones, secuestros y robos", explica el periodista y ensayista Sergio González Rodríguez (Ciudad de México, 1950), gran cronista de la violencia en su país, después de haber recibido en Barcelona el Premio Casa de América a la Libertad de Expresión. La corrupción en todos los niveles ha calado de tal manera que intentar reflejar la sociedad mexicana implica necesariamente retratar su violencia, de forma soterrada o de manera más evidente.

Frente al debate que suele darse en México sobre si utilizar literariamente el conflicto entraña un cierto oportunismo, una fácil carta de presentación que propicia la comercialización en Europa y Estados Unidos, González Rodríguez cuyo libro, Huesos en el desierto , inspiró a Bolaño, quien también lo incluyó como personaje en 2666 , cree que eso es una visión muy "pacata" y desviada de la literatura. "Las épocas de caos suelen propiciar una gran creatividad. Y en la época isabelina nadie apareció para decir: ¡Qué mala cosa esa de la violencia, dejen ya de escribir sobre ella!".

Y no solo la ficción ofrece interesantes autores: también la crónica periodística da buenos frutos. Rodríguez menciona a Fabricio Mejía y al salvadoreño Oscar Martínez: "Martínez es un periodista extraordinario que se juega la vida con sus reportajes y tan inteligente como para saber qué línea no debe traspasar. Fue capaz de hacer ocho veces el trayecto de un tren llamado La Bestia que atraviesa todo México en condiciones inhumanas y en el que suelen haber secuestros, asaltos y violaciones".

Jóvenes y residentes circunstanciales en Barcelona, Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978), que ganó el Premio Jaén de novela con la brutal y desoladora El cielo árido , y el norteño y destroyer Carlos Velázquez (Coahuila, 1978), que publicó en España la mutante La Biblia vaquera , debatieron sus particulares concepciones de la violencia en un encuentro.

CLIMA Y VIOLENCIA Velázquez, que procede de Coahuila, que exhibe el dudoso honor de ser la ciudad más violenta de México, acaba de publicar en su país El karma de vivir en el norte , una crónica de cómo le afecta ese clima como ciudadano de a pie. "Vivíamos en un lugar donde lamentábamos que nunca ocurría nada hasta que llegaron los cárteles. Jamás se me había ocurrido escribir sobre lo que ocurría allí hasta que estallé. Quería llevar a mi hija a su clase de ballet, pero no pude porque empezaron a tirar cadáveres por las calles en bolsas negras".

El territorio norteño, mestizo y fronterizo de México es el epicentro del conflicto, aunque algunos autores constaten que ahora el país al completo se ha "fronterizado" y el clima de crispación está en todas partes. "Creo que en el norte no nos asumimos como mexicanos. Nuestras vidas se parecen más a una novela de Cormac McCarthy y es fácil identificarse antes con una serie televisiva como The Wire que con cualquier otra cosa", cuenta Velázquez de una zona que también es, desde el punto de vista literario, uno de los sustratos más ricos para la ficción y una gran posibilidad para un lenguaje muy vivo, muy vinculado a la música popular.

La mirada del capitalino Monge es más urbana, pero no por ello más complaciente. Hay que atarse bien los machos para enfrentarse a su terrible El cielo árido . Su concepción de la violencia es sobre todo metafísica, más desposeída de acción, más centrada en los individuos. De hecho, se irrita bastante cuando se le pregunta por la violencia mexicana considerada como un fenómeno reciente. "Me cansa un poco oír decir que la violencia llegó de pronto lo que en cierta forma es la tesis de su novela. No fue la guerra contra el narcotráfico lo que la trajo. Las crónicas de Indias fueron escritas por soldados y sus primeros escritos tuvieron como tema principal la violencia. Los hijos de nadie que fueron revolucionarios, luego fueron cristeros y hoy son sicarios".

Monge, Velázquez y también Herrera son un buen ejemplo para González Rodríguez de cómo abordar el espinoso tema de la violencia sin mitificarlo. "Debe haber un punto de equilibrio entre el impacto patético para que no se incurra en la simple emotividad, tampoco debe ser una simple denuncia. La narración tendría que abordarse como un reto formal buscando la complejidad. Solo así se evitará la banalización".