Veintiséis años después de rodar El último emperador --por la que obtuvo nueve Oscar- ayer presentó en Cannes la versión en 3D del filme.

--Una pregunta obvia: ¿Por qué 3D?

--No soy un purista, me gusta avanzar y probar cosas nuevas. Siento que El último emperador ahora tiene una nueva vida, y creo que el 3D enriquece la experiencia de verla. Además, que no fuera concebida con el 3D en mente la convierte en una película inocente, porque no está lanzando cosas al espectador constantemente.

--¿Cuál es su postura frente a los nuevos retos que afronta la industria cinematográfica?

--La experiencia cinematográfica está destinada a trascender las salas de cine, habrá otras formas de experimentar las películas, y si eso significa que la gente las verá en sus relojes, habrá que adaptarse a ello para que lo disfruten. Quizá seamos capaces de ver las películas proyectadas sobre el rostro de nuestro ser más querido. ¿No sería estupendo? A mí me fascina la tecnología.

--¿Siente usted el mismo entusiasmo por hacer cine que cuando empezó?

--Empecé en esto del cine siendo muy joven, hice mi primera con 22 años, y en los 60 todo estaba politizado, hasta comer espaguetis era un acto político. Durante un tiempo me dediqué a hacer películas raras para satisfacer a mis amigos, y nadie las veía. Pero con el tiempo me di cuenta de que estaría bien comunicarse con la audiencia, y en ese sentido El último emperador fue un punto de inflexión. Desde entonces, mi deseo de ver y hacer películas, mi hambre de cine, ha seguido siendo enorme.

--En ese sentido, ¿cómo lidió con los problemas de salud?

--El deseo puede mover ejércitos. En cuanto acepté que voy a estar postrado en una silla de ruedas, todo volvió a ser normal. Mientras esté en un set de rodaje y tenga una cámara, puedo trabajar en las mismas condiciones. La única diferencia es que lo hago sentado.