La última novela de Elvira Lindo (Cádiz, 1962) nace de la obsesión -ella confiesa ser una mujer de obsesiones- de convertir a sus padres en personajes. Su libro, una memoria literaria, rescata su vida de niña con un padre tan encantador y expansivo como autoritario y su madre, una mujer tímida, a quien perdió cuando era adolescente en plena Transición. La suerte ha querido que la salida de A corazón abierto (Seix Barral) -su madre fue una enferma cardíaca- ocurriera en los últimos días de normalidad, poco antes de que el coronavirus acabara con ella. La escritora y su marido, Antonio Muñoz Molina, pasan el confinamiento en Madrid.

--¿Cómo están de ánimos?

--Mi familia está bien, nuestra realidad cotidiana y doméstica es buena, pero el pensamiento no se queda en tu burbuja. Vivo al lado del Gregorio Marañón, que ha sido un hospital importantísimo en mi vida porque, entre otras cosas, ahí estuvo ingresado mi padre sus últimos días y, claro, por la noche te cuesta conciliar el sueño. En fin, estoy como todos. No quiero destacarme.

--Pero es bueno hablar de lo que se siente, expresar el miedo.

--El lunes tuve un encuentro virtual con los lectores y alguien me preguntó cómo gestionaba el miedo. Y contesté que no pasa nada por confesar tu angustia o tu incertidumbre. Al principio del encierro mirabas las redes y esto parecía una fiesta de hiperactividad, como si nuestra mente no se hubiera parado a pensar. Diez días después estamos en pleno bajón, claro porque ahora se percibe que esto va a ser largo y porque ya mucha gente empieza a estar mal sabiendo que no va tener trabajo cuando todo esto acabe, o que el mundo de la cultura no va a levantar cabeza fácilmente. Así que claro que me cuesta tener aquel optimismo banal.

--Lo curioso es que este es un libro doméstico, un retrato familiar que se va a leer en casa, su mejor localización, paralelamente a la crisis del coronavirus.

--No sé cómo se leería el libro en una situación normal, pero el caso es que hay mucha gente que me dice haberse sentido arropada por él. Porque se vendió bastante antes de que las librerías cerraran y también está la edición digital. El libro empieza con mi padre aferrado al respirador en el hospital y termina con su despedida, algo que desgraciadamente cobra un significado especial en estos días cuando tanta gente se está yendo sin poder coger la mano de un ser querido.

--¿Hizo este libro para comprender a sus padres?

--Yo no tuve problemas de cariño o de distancia emocional con mis padres. No comprendía bien sus actitudes porque estaba la brecha generacional. Pero también hubo vaivenes vitales a los que se vieron sometidos y que me acabaron afectando. Lo que he intentado es observarlos como si no fueran mis padres. Tratando de entender sus actitudes que a mí me dejaban fuera del juego. Simplemente me parecían egoístas.

--¿Pensar en la infancia dickensiana de su padre yéndose a Madrid solo con 9 años a casa de una tía que lo maltrató y a quien él llamaba la Bestia, ayudó, no?

--Fue fundamental. Necesitaba oír bien esa historia que él me había contado tantas veces para comprender su comportamiento.

--Su madre, por el contrario, queda un tanto desdibujada.

--Lo que ocurre es que ella murió muy pronto y era muy reservada y melancólica. Eran muy distintos. Mi padre era un huracán y ella, una brisa. Murió en 1978 y mi gran frustración es que no pudiera vivir aquella época de descubrimiento crucial para las mujeres en la que podría haberse mostrado más a sí misma.

--¿Qué dice su familia del libro?

--Soy la menor de cuatro hermanos y se han extrañado de que me acordara de tantas cosas, como las visitas a mi abuela materna, una mujer terrible y mezquina. Mis hermanos son grandes lectores y han sabido leerlo como tales, pero es verdad que salen ahí con sus nombres.

--¿A su padre le gustaría?

--Quizá se hubiera quedado un tanto descolocado porque hay momentos difíciles de su vida que están ahí. Y porque no me he ahorrado las contradicciones y las sombras. Pero si alguien tiene protagonismo en el libro ese es él y, él que era vanidoso, se hubiera sentido compensado.