En títulos como El padre de mis hijos (2009), Un amor de juventud’(2011) y Edén (2014) ha hablado de forma muy íntima pero increíblemente discreta de asuntos como el desengaño amoroso, la pérdida, las ilusiones rotas y los ideales perdidos. La director francésa Mia Hansen-Love (París, 1981) vuelve a hacerlo ahora en El porvenir, retrato de una profesora de filosofía (Isabelle Huppert) que ve cómo la vida que daba por supuesta empieza a resquebrajarse.

¿Es cierto que ‘El porvenir’ en cierta medida cuenta la historia de su madre?

-Más bien se inspira en un aspecto muy puntual de su vida: su separación y cómo se las arregló para mantenerse a flote y reinventarse. Al principio tuve dudas sobre si escribir o no sobre el asunto, me asustaba. Pensé que el guión resultante sería muy pesimista. Lo curioso es que ahora resulta que El porvenir es mi película más optimista, o eso me dicen. Y haciéndola he aprendido algo interesante: que uno puede ser feliz aunque no tenga a nadie de quién enamorarse.

¿Cree que algún día hará una película que no tenga elementos autobiográficos?

-He intentado escribir sobre asuntos y personas que no me son tan cercanas, porque quizá eso me resultaría menos agresivo emocionalmente, pero no me sale. Me sale escribir sobre personas muy cercanas a mí y a las que amo. Supongo que lo que persigo haciéndolo es, de algún modo, contribuir a que esa gente bella y singular deje un rastro, que permanezca para siempre.

En sus películas, la alegría y la melancolía a menudo van de la mano. ¿Es intencionado?

-Más bien inevitable. Tiene que ver con acontecimientos que se remontan a la historia de mi familia. Yo crecí marcada por la impactante imagen de mi abuelo, que se suicidó dejando esposa y seis hijos de entre 4 y 18 años. Por eso, resulta paradójico que por otra parte yo siempre haya idealizado la idea de familia; me sugiere alegría e inocencia. Aunque también, como digo, me hace sentir melancólica.

Sus películas están llenas de dolor y sufrimiento, pero suelen resolverse con una nota optimista. ¿Es esa su visión del mundo?

-En efecto. Nunca sabré contar historias sobre gente rotundamente feliz, pero no creo que pudiera hacer una película que no da opción a la esperanza. En todo caso, como digo, siento que El porvenir es mi película menos melancólica. Retrata a una figura femenina que es fuerte y pragmática y que demuestra tener una gran vitalidad.

¿Por qué su cine transcurre mayoritariamente en verano?

-Porque filmar en verano me da una energía muy particular y una gran alegría de vivir. Me encanta que la luz veraniega sea mi sello de identidad como directora. Mi anterior película, Edén, no la tenía y creo que se echa en falta. En el futuro necesitaré una razón muy buena para rodar una película entera en invierno o en un estudio, aislada de la luz.

Isabelle Huppert es el primer intérprete famoso con el que trabaja. ¿Qué la impulsó a hacerlo?

-Obviamente trabajar con ella no es lo mismo que hacerlo con actores no profesionales. Pero Isabelle me lo puso muy fácil. Se adaptó a mí en todo momento. En realidad, trabajar con una actriz famosa no fue una estrategia calculada de antemano. Es solo que tras escribir la película me di cuenta de que nadie más que Isabelle podría protagonizarla, por la autoridad y el carisma que ella transmite, y por su forma de manejar el humor negro.

En siete años ha dirigido cinco películas, y ya es considerada uno de los grandes autores del cine europeo. ¿Alguna vez siente que las cosas van demasiado rápido?

-Sí, empecé a vivir como una adulta demasiado temprano. No me reprocho nada porque empezar a hacer cine fue como una revelación para mí, me permitió lidiar con momentos personales muy difíciles. Tras llegar a la veintena pasé varios años completamente perdida, muy triste. Y el cine me permitió lidiar con toda la pena; me salvó la vida.