Michael Haneke (Munich, 1942), autor de turbadores filmes, como La pianista y Cache , ha dedicado diez años a preparar el rodaje de Das weisse band (La cinta blanca), intrigante película con la que ha vuelto a conmocionar a la sección oficial de Cannes. Hay entrega, meditación y sabiduría en esta inteligente metáfora sobre los enfermizos cimientos en los que se arraiga la estricta educación de unos niños que, 20 años más tarde, alimentaron el nazismo.

Incisivamente inquietante, el cine de Haneke siempre deja abiertos interrogantes. Se niega a facilitar las explicaciones y las claves que devuelven el confort al público. Das weisse band capta el vacío moral de las abusivas relaciones familiares. Pulsa la reflexión sobre el origen del germen de la incomprensión, cuestiona cómo se posiciona el mundo respecto a la violencia y denuncia las terribles consecuencias de una política absolutista.

Para el director, que tras vivir años en Viena tiene la nacionalidad austriaca, el despotismo es la antesala del terror. "Cuando alguien cree poseer la verdad sobre lo que es justo, se convierte en un monstruo: esa es la raíz del terrorismo político", argumentó ayer en rueda de prensa, tras ser recibido con eufóricos aplausos.

Esta película coral, rodada en alemán y exquisitamente fotografiada en blanco y negro, se sitúa en un contexto y en un momento histórico determinantes para el futuro de Europa: la carencia de afecto por los niños en la Alemania rural de 1913 y de 1914, año en el que estalló la primera guerra mundial.