--En su libro ´La doctrina del shock´, Naomi Klein asegura que la teoría de Milton Friedman acerca de que la economía de libre mercado va de la mano de la democracia es un "cuento de hadas". ¿Está de acuerdo con esta afirmación?

--Desde luego que sí. La privatización de las industrias conlleva recortes en el gasto social y fomenta una clase oligárquica. El libre mercado acentuó la dramática brecha entre los ganadores de este modelo económico y los perdedores, es decir, los excluidos del mismo.

--En realidad, Klein defiende no solo que el libre mercado tiende a crear inestabilidad, sino que los sumos sacerdotes del neoliberalismo a veces planean esa inestabilidad.

--Opino que esos sumos sacerdotes se sienten tremendamente cómodos con esas crisis, pero no creo que las planeen. Por ejemplo, no creo que los arquitectos de la invasión de Irak quisieran que el país se desmoronase. Paul Bremer, cabeza visible de su reconstrucción, escribió docenas de declaraciones acerca de cómo la aplicación en Irak de la forma más desregulada posible de comercio iba a ser un imán para la libre empresa y para que el país se reconstruyera. Ese era el plan. Esa gente no son pensadores sofisticados. No orquestan las crisis, pero definitivamente no tratan de detenerlas. No hay más que fijarse en su relajada actitud ante la actual crisis económica.

--En medio de este difícil momento económico, ¿qué relevancia tiene su película?

--Quise ayudar a que la gente vea los acontecimientos con una luz diferente. Mis hijas no sabían nada de, por ejemplo, las Malvinas. Para ellas, incluso la caída del Muro de Berlín es la prehistoria. La mayor va a poder votar por primera vez en las próximas elecciones y yo quería hacerle saber que el mundo en el que ha crecido no siempre estuvo dominado por el libre mercado salvaje.

--¿Cuándo fueron implementadas por primera vez las teorías económicas de Friedman?

--En los años 80 por primera vez por Reagan y Thatcher, pero han llegado a ser tan dominantes que no se puede pensar más allá de ellas. Friedman parecía extremo en tiempos de Thatcher, pero el último Gobierno laborista de mi país parecía defender la misma economía que Thatcher. La película está en contra de lo que Klein ataca como la narrativa dominante.

--¿En qué consiste esa narrativa?

--Vivimos una mentira acerca de cómo el neoliberalismo se ha extendido por todo el mundo. La historia dice que el muro de Berlín se derrumbó y de repente todo el mundo quería comer en McDonalds. Eso significaría que el socialismo fue derrotado de forma pacífica y democrática, y no fue así. Muchas violaciones de derechos humanos se articularon para introducir las reformas que conllevaron el libre mercado.

--La crisis financiera estalló mientras ustedes estaban haciendo la película. ¿Cómo cree que ha sido gestionada?

--Occidente no ha comprendido lo que es urgente. Curiosamente, fue Friedman el que dijo que "solo una crisis, real o percibida, produce un cambio real". La crisis podría haber sido una oportunidad de tratar de llevar a cabo un cambio radical. Pero no ha sido así. Fue ingenuo pensar que la llegada de los demócratas a la presidencia de Estados Unidos iba a arreglarlo todo. Tan solo ha provocado un clima de escepticismo y desaliento.

--¿Y qué alternativas hay?

--La única cosa peor que el capitalismo es esa otra opción que sugiere que no hay alternativas. Las hubo siempre, la gente las eligió y fueron derrotadas en guerras sucias. Tal vez boicotear los procesos electorales sea una opción racional. No sé. En todo caso, hay esperanza. Latinoamérica sufrió todo tipo de crisis y 30 años después las ideas y la esperanza reaparecen.

--En su libro, Klein muestra esperanzas en el modelo keynesiano, lo que implica que el estado podría ser usado para hacer del mercado algo más humano. ¿Cree que es posible?

--Sí, creo que es posible disponer de versiones mucho menos violentas de los sistemas que contienen elementos del mercado. Como ella recuerda en su libro, el proyecto de Salvador Allende en Chile fue una combinación de cooperativas, mercados y la nacionalización de puestos de mando. Si nos fijamos en lo que está pasando en América Latina, los enormes movimientos sociales han abierto un poco de espacio y presionado a los líderes políticos. Esas alternativas son muy similares a las que se intentaron en los años 70.