Todos los veranos, aparecía por Mérida, con su sombrero eterno: se lo quitaba para abrazar y besar, nada más. Pocas veces le vimos sin él. Vivió lo suficiente para ver cumplir un cuarto de siglo a su obra más querida: la representación popular de ‘El alcalde de Zalamea’. Todos los veranos, en Zalamea de la Serena, más de 800 vecinos ocupan varios espacios de la localidad para escuchar (y alguno, recitar) aquello de «Al rey, la hacienda y la vida se han de dar, pero el honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios» y aquello otro de: «Que no hubiera un capitán si no hubiera un labrador».

El primer año, se daba con un canto en los dientes, decía, si la representación se lograba poner en pie. El segundo, con que hubiera un tercero. Y así, durante dos décadas y media justas, ‘El alcalde de Zalamea’ se transformó en su proyecto vital. Escogieron la versión de Francisco Brines, porque la obra de Calderón era «demasiado farragosa», para los vecinos y, en 2009, ¿recuerdan? llegó la SGAE pidiendo derechos de autor. Qué mal nos cayó la SGAE. Qué mal nos sigue cayendo. No porque solicite dinero para quienes crean: la cultura hay que pagarla, sino porque Brines cedió los derechos, pero la SGAE insistía en que se le tenían que abonar casi 100 euros por representación, así que fueron los vecinos los que se pusieron a trabajar en una nueva adaptación. Lo lógico, vamos: en Zalamea todos se saben esta obra de memoria.

En las ruedas de prensa, siempre nombraba a todas las mujeres que hacían el vestuario: este año, a Manuela y Marcela Blázquez, Consuelo García, Amparo Marcianes, Antonia Paquico, Lole Dávila, Isabel Villar, Isabel Romero y Concepción Paredes. Porque las mujeres, decía, se veían siempre eclipsadas por los personajes masculinos de ‘El alcalde de Zalamea’ y ellas eran las que trabajaban mucho más tiempo, muchos más meses, dejándose la vista, en la sombra.

Se detenía poco en la obra por eso: porque la conocíamos. Pero, en los últimos años, llegaban los vecinos de Zalamea a representar un trocito en Mérida, para animar a la gente a ir. Las entradas se vendían enseguida.

«Al echar la vista atrás y encender el motor de la memoria, asaltan tantísimos recuerdos, sensaciones, emociones y metas perseguidas que te das cuenta, con claridad, del tiempo transcurrido y de lo alcanzado en esta aventura que comenzó, para mí, como un trabajo más y que fue transformándose en una idea, vaga en sus orígenes, hasta tomar forma y convertirse en una ilusión, en un sueño». Lo escribió él mismo para celebrar los 25 años de esta representación popular.

Pero no solo era la obra de teatro: ha habido exposiciones, recreaciones de oficios antiguos, pasacalles musicales, recitaciones de romances tradicionales, esqueches teatrales del siglo de Oro, desfile de los Tercios de Flandes por las calles engalanadas de Zalamea (porque, desde luego, las calles se decoraban), desafíos entre musas, cuentos (de Fernandula y Lulo)… y muchísimo esfuerzo. Y muchísima ilusión.

Miguel Nieto hizo muchas más cosas. Se ocupó de la primera edición de Almossassa, en Badajoz. Participó e impulsó otras representaciones, como ‘Los Conversos’, de Hervás, o La batalla de la Albuera, dirigió el Aula de Teatro de la Universidad Autónoma de Madrid tras licenciarse en la Escuela de Arte Dramático de Córdoba y fue profesor del Centro Dramático de Extremadura, el germen de lo que hoy es la ESAD. Participó en películas y en infinidad de obras. Conoció a todo el mundo. Le nombrabas a un actor conocido y te decía: «Sí, yo trabajé con él en…».

Y siempre estaba dispuesto. Venía donde se le llamara, hacía huecos en los ensayos para atender a los medios de comunicación, reía siempre, le brillaban los ojos cuando hablaba de los vecinos de Zalamea, alguno de los cuales se subió al escenario antes incluso de haber nacido, en la barriga de su madre. Y después siguió subiéndose. No sé si llegó a ser el mismísimo Pedro Crespo.

Se nos está yendo mucha gente en los últimos tiempos: Fulgen Valares, Alberto Rodríguez Lorenzo ‘El niño del Garfio’, Miguel Nieto… Y todos han contribuido a construir esta tierra, de muchas maneras: con teatro, con Carnaval o con canciones. No han decidido políticas educativas, no han detentado poderes, no han aprobado leyes, pero puede que hayan cambiado algunas vidas. Han hecho descubrir vocaciones. Han hecho reír. Han hecho trabajar y ensayar. Han creado comunidad: en algunos casos, comunidades pequeñas. En otros, como en el caso de Miguel Nieto, han cohesionado a una localidad de poco más de 3.600 habitantes, con una obra de teatro escrita por Calderón de la Barca, quizá en 1636, pero que también es famosa por haber sido la cuna de la primera gramática española. La redactó Antonio de Nebrija en 1492 y fue la primera de entre las lenguas romances españolas.

Se nos ha ido muy de repente, Miguel, como se nos fueron Javier Leoni o Ángel Campos Pámpano. Se nos ha ido tan de repente que muchos ni sabíamos que andaba delicado de salud. Le vamos a echar mucho de menos: a él y a su sombrero.