No es corriente que se muera un cantautor y vayan más de 40.000 personas a homenajearle en una capilla ardiente, formando colas de tres kilómetros. Pero Labordeta, además de componer canciones, era otras muchas cosas. El aragonés más popular de la era moderna y "una lección de vida", como resumía ayer su paisana Carmen París, verbalizando un sentimiento colectivo que explotó en Zaragoza con inédita intensidad. En el palacio de Aljafería tuvieron que colocar cuatro libros de firmas, en lugar de uno, para atender la demanda, y se acumularon una cincuentena de coronas de flores, entre ellas las que mandaron Sabina ("gracias por tu ejemplo"), Amaral, el Real Zaragoza y hasta el PP.

La viuda de Labordeta, Juana de Grandes, sus hijas, Ana, Angela y Paula, y sus nietas, Carmela y Marta, atendieron la enorme ola de adhesión. Recibieron la Medalla de Aragón de manos del presidente Marcelino Iglesias, y el goteo de figuras de la cultura incluyó a Serrat ("si nos viera, nos pediría que le dejáramos tranquilos"), Gabino Diego y el escritor Ignacio Martínez de Pisón.