Hasta la fecha, solo se había publicado en España un libro de la australiana Helen Garner, la novela de corte autobiográfico La habitación de invitados (Salamandra, 2012), pese a que la autora, de 76 años, es una de las voces contemporáneas más reconocidas en su país, en todos los registros, ya sea la narrativa, el periodismo o el guion cinematográfico. En los últimos meses, sin embargo, la acción conjunta de Libros del Asteroide y Libros del K. O. ha venido a subsanar un vacío inexplicable con la publicación simultánea de dos piezas de no ficción, Historias reales y La casa de los lamentos. Crónica de un juicio por asesinato.

En realidad, la escritora no establece fronteras nítidas entre géneros; sus novelas nunca son enteramente construcciones ficticias, al tiempo que sus reportajes trascienden los hechos en crudo para acabar sondeando los rincones más oscuros del comportamiento humano. Periodismo literario o gajos de realidad novelada. Lo que le interesa es la verdad narrativa, la autenticidad, las «insinuaciones y temblores de ficción» que esconde la realidad, y sale en su busca con los puños desnudos y una mirada cristalina, muy profunda, como la incisión de un escalpelo. Una mirada rapaz, de raíz chejoviana.

La primera de las obras mencionadas, Historias reales, recoge medio siglo de reportajes, artículos y observaciones cotidianas, sobre asuntos que, si bien podrían parecer menores, constituyen la almendra de la existencia: una ruptura sentimental, la maternidad, la relación con las hermanas, el sentido de ser artista, la inevitabilidad de causar dolor o el envejecimiento de los padres. Retazos de vida que trasladan a la autora a escenarios variopintos, desde un crematorio hasta un sórdido crucero en un barco ruso.

Durante años, Garner ejerció la docencia, hasta que un buen día de 1972, con cierto espíritu kamikaze, se le ocurrió hablar sin tapujos de sexo con sus alumnos de 13 años y relatar la experiencia para la revista Digger. El director de la escuela no dudó en despedirla, por lo que tuvo que empezar a ganarse la vida como escritora y reportera, oficio para el que estaba especialmente capacitada por sus dotes de observación.

Fue en el ejercicio del periodismo como se gestó La casa de los lamentos. Se hallaba viendo la tele cuando una noticia la sobrecogió: Robert Farquaharson, de oficio limpiacristales, devolvía a sus tres hijos a casa de su exmujer, la tarde del 4 de septiembre del 2005, cuando su vehículo dio un bandazo y se sumergió en una balsa bastante profunda. Los tres niños se ahogaron; él pudo salir a flote, y alegó que había sufrido un ataque de tos al volante. Fue condenado a cadena perpetua.

Lejos de quedarse en la superficie, Garner siguió las siete semanas del juicio estremecida por el misterio de que un hombre, de apariencia anodina, hubiese cometido tan espeluznante parricidio. Emergieron un matrimonio desdichado y hondos problemas de clase social. Se dedicó a entrevistar incansable a los familiares, los testigos, la policía, sometiéndolos a un brutal escrutinio. Así describe, por ejemplo, al abogado defensor en el momento del veredicto: «Un guerrero abatido, los pies juntos, la espalda encorvada, las manos entrelazadas a la altura de los genitales». Una mirada despojada, la misma que aplica sobre sí misma al autorretratarse como «una pequeña figura sombría pegada a un cuaderno y a un resfriado».