Dentro de la estructura confusa y con los pies de barro de este festival que no es lo que deliberadamente los organizadores cuentan en los medios informativos sino lo que deliberadamente tapan y luego se descubre en el escenario, que afronta su recta final después de haber mordido el polvo con frustradas galas, estrenos que no lo eran y banales o desmayadas representaciones --solo se ha salvado Las troyanas --, es siempre gratificante encontrar una producción como la de teatro infantil que se exhibe, los lunes y martes, en el foro romano.

El teatro infantil que había estado desatendido en el festival --a pesar de la demanda insistente de algunos artistas-- ha cogido en sus actividades paralelas un considerable auge desde que se incorporó en 2006. El año pasado resultó plausible la labor didáctica de la compañía emeritense TAPTC? Teatro que contribuyó a la animación teatral --llenando en cada función el foro romano-- con una simpática trilogía El jardín de los mitos , escrita con buena dosis de ingenio por Javier Llanos y escenificada valiosamente por Juan C. Tirado. Este año la actividad también está funcionando espléndidamente con Prometeo , otro mito clásico adaptado y dirigido por Charo Feria (que ya tuvo un sonado éxito con Las aventuras de Ulises en 2005) para un público familiar. Hoy, a las 22.30 horas, es la última representación.

Es conveniente recordar que escribir, dirigir, interpretar y producir teatro infantil significa contribuir de una manera directa a la difusión del arte escénico. El amor al teatro no nace de la nada sino que va alimentándose de imágenes y recuerdos, de presencias continuas en el auditorio frente a un escenario lleno de luz, color, sonido, palabras y actores que dan vida al espectáculo. De ahí que el teatro infantil cumpla la doble misión de alimentar la fantasía, la sensibilidad y el espíritu lúdico del niño y de contribuir a formar espectadores objetivos para la vida adulta. Y en este caso su práctica tiene que ver con la animación del futuro público del teatro romano.

En el Prometeo adaptado al mundo infantil por Charo Feria se enaltece, de forma abreviada para que aprendan el mito y al modo de las antiguas fábulas de Samaniego para que se entienda, la historia de amor por la humanidad de Prometeo, dios-titán que se enfrentó al dios Zeus --autoridad máxima en el Olimpo-- tomándole el fuego, símbolo de la de la vida, de la energía y de la inteligencia, que necesitaban los hombres.

En el espectáculo, la mano directora de Feria ha operado con sabiduría y destreza utilizando el bello espacio del monumento, logrando una puesta en escena decorosa y dinámica, bastante completa en lucimiento --por sus muchos recursos dramáticos de fértil inventiva--, y en equilibrio del argumento con el mundo imaginativo infantil (sobre todo para niños a partir del segundo ciclo de primaria). La narración se construye desde la misma acción de los personajes en un viaje atractivo a los sentidos de un público familiar entregado, donde los recursos visuales, las sorpresas circenses y los toques de humor alivian la carga descriptiva más profunda.

La interpretación es meritoria en su conjunto. José M. Pizarro (Prometeo) resuelve con audacia y convicción su valeroso papel de benefactor de la humanidad. Sabe saltar de la ternura sublime a la tragedia contenida, de la apasionada rebeldía a la desesperación más terrible por su destino injusto. Alfredo Rubio ((Hefesto / Océano), Lolo Aunión (Violencia / Heracles), Raquel Jiménez (Io) y Pati Villaltodo (Corifeo) exhiben habilidad y destreza física, aptitud de transformación casi mágica en sus desdoblamientos. En este elogio es justo citar también las gráciles danzas del fuego (de Amalia Pérez) y del trapecio (de M. Paz Blázquez).