La carrera de Monica Bellucci está vertebrada por una contradicción. Por un lado ha trabajado a las órdenes de algunos de los cineastas más prestigiosos de nuestro tiempo, como Francis Ford Coppola, Gaspar Noé, Philippe Garrel y, recientemente, David Lynch; por otro, a pesar de ello, durante buena parte de su carrera ha soportado con resignación que se la valorara menos por sus aptitudes artísticas que por su aspecto físico.

«Siempre he tenido que justificarme a causa de mi belleza, pero la belleza no sirve de nada si detrás de ella no hay nada», aseguraba la actriz italiana ayer en el Festival de San Sebastián. «Tengo 53 años y sigo trabajando, así que a estas alturas estoy convencida de que soy más que una cara bonita». Su experiencia personal, opina, no es más que un reflejo de las desigualdades de género que siguen existiendo en la industria del cine y en la sociedad en general. «Las mujeres aún tenemos que luchar más que los hombres para conseguir las cosas, y continuará siendo así mientras sean ellos los únicos encargados de hacer las leyes».

ACTUAR PARA CONOCERSE / Monica Bellucci ha visitado el certamen donostiarra en numerosas ocasiones, pero nunca antes por un motivo tan especial como el Premio Donostia en honor a toda su carrera, que anoche le entregó el actor John Malkovich.

«Es bonito comprobar el afecto y el respeto que se me tiene; todos los actores necesitamos este tipo de reconocimiento». En todo caso, asegura, ni los premios ni la inyección de ego que proporcionan son lo que da sentido a su trabajo. «Los seres humanos necesitamos comunicarnos, y yo lo hago a través de mi trabajo. Y actuar también es un modo de conocerme a mí misma, a través de las elecciones que tomo y las oportunidades que me dan los directores».

Para acompañar el galardón, el festival proyectó Malena (2000), que Bellucci considera una de las películas más importantes de su filmografía. «Me abrió las puertas de Hollywood. Es una película muy bella, pero también muy violenta». Esa dualidad entre lo poético y lo brutal, reconoce, ha formado siempre parte de su carrera, y en ese sentido ninguna de sus películas es tan ilustrativa como Irreversible (2003). «Cuando se estrenó en Cannes causó un escándalo, pero hoy es una obra de culto y objeto de estudio en universidades. Jamás pensé que eso fuera a ocurrir», recordó ayer ante la prensa. «De hecho, no soy capaz de entender el camino que ha seguido mi carrera, supongo que con el tiempo lo lograré. Quizá en otra vida».