Woody Harrelson (Midland, Texas, 1961) Lleva 30 años haciendo películas, pero nunca tantas como ahora. Solo en el último año lo hemos visto dando vida a un aterrador líder militar -en ‘La guerra del planeta de los simios’-, al 36º presidente de Estados Unidos -en ‘LBJ’-, a un divorciado neurótico -en ‘Wilson’- y al atormentado padre de la escritora Jeannette Walls -en ‘El castillo de cristal’-. y pronto estrenará ‘Solo: A Star Wars story’, en la que encarna al mentor de Han Solo. Ahora está en los cines a bordo de ‘Tres anuncios en las afueras’, magnífica mezcla de intriga policial y comedia negra en la que da vida a un sheriff acusado de no hacer lo suficiente por resolver el asesinato de una adolescente.

-Su personaje en ‘Tres anuncios en las afueras’ es un mal policía que a veces toma decisiones correctas, o un buen policía que toma decisiones equivocadas. No se sabe.

-Es lo que más me atrajo de la película. En muchas, la distinción entre el bien y el mal es demasiado fácil: los buenos solo son buenos, los malos solo malos. Pero aquí todos los personajes son seres jodidamente defectuosos pero capaces de generar empatía. ¿Y no somos todos así en el mundo real? Es decir, es cierto que a lo largo de mi vida he conocido a más de un tipo que era un absoluto malnacido, pero la mayor parte de la gente tiene cosas buenas y cosas malas.

-No es el primer policía al que da vida a lo largo de su carrera. ¿Es cierto que en sus años de juventud quiso dedicarse profesionalmente a la defensa de la ley?

-Sí, pensé en ser policía y luego decidí que quería ingresar en el FBI. Hasta planeé formar parte de los servicios secretos. Pero meditándolo bien, de haberme dedicado a eso, mi rendimiento habría sido lamentable. ¿Me imagina a mí protegiendo al presidente Trump? Supongo que dejaría vía libre a sus agresores para que hicieran con él lo que les diera la gana.

-Ahora que menciona a Trump, ¿hasta qué punto cree que ‘Tres anuncios en las afueras’ captura la crispación y el clima de enfrentamiento que hay en su país?

-Cualquier película que retrata un mundo lleno de odio funciona como espejo de Estados Unidos. Dicho esto, me resisto a asumir que mi país está en un estado tan moralmente ruinoso. No creo que el 50% de los americanos sean racistas, por mucho que los resultados de las elecciones puedan dar eso a entender. Por otro lado, yo vivo a caballo entre la costa este y la costa oeste, y allí la gente es más progresista. La América que hay en medio, entre California y Nueva York, es distinta.

-¿Distinta cómo?

-¿Cómo explicarlo? Tal vez se preocupan menos por ideologías y demás consideraciones racionales que por lo que les dictan el corazón y las necesidades básicas. Durante la última campaña electoral, Hillary Clinton pronunciaba frases como: «Las cosas son mejores ahora de lo que eran antes», y la gente pensaba: «Esta mujer no dice más que mentiras». En cambio Trump decía: «Yo cuidaré de vosotros. Se llevaron vuestras fábricas, pero yo las traeré de regreso». Dijo lo que la gente necesitaba oír, aunque fueran patrañas. Es un tipo listo. También es un xenófobo, y un maníaco con impulsos genocidas, y un narcisista, y el ser humano más deplorable al que jamás he conocido.

-¿Cuándo lo conoció?

-Hace mucho. Mi amigo Jesse Ventura, a quien Trump quería reclutar cuando pensó en presentarse a las presidenciales del 2004, me llamó y me propuso que lo acompañara a cenar con Trump y su novia en la Trump Tower. No tenía nada mejor que hacer, así que acepté. Pasados apenas cuatro minutos de cena yo ya no podía aguantar a aquel soplagaitas ni un minuto más. Me excusé, salí a la terraza y me fumé un buen porro para aclararme las ideas sobre cómo sobrevivir al resto de la velada. Pensándolo bien, es terrible: tengo un presidente con el que ni siquiera fui capaz de aguantar una cena.

-¿Se iría con Hillary Clinton?

-A decir verdad, en general no creo en los líderes políticos. Pienso que vivimos en un mundo completamente corrupto en el que los gobiernos están formados por hombres de negocios que están comprados por otros hombres de negocios, y ninguno de ellos piensa ni por un instante en la gente. Hay excepciones, claro; Salvador Allende fue una. Pero la mayoría de líderes son unos sinvergüenzas. Y eso será siempre así. Mejor nos irá si nos resignamos a seguir tragando.

-Ha hablado de sus deseos juveniles de defender la ley. ¿Cuándo los sustituyó por los de dedicarse a la interpretación?

-Supongo que comprendí que los modelos en los que me había fijado para desear convertirme en policía o en miembro del servicio secreto eran actores. Pero recuerdo un momento de epifanía más concreto que tuve cuando iba al instituto. Yo estaba en la biblioteca, a lo mío, y un compañero se me acercó y me dijo: «Ey, Woody, haz tu imitación de Elvis». El intérprete nato que hay en mí se dejó llevar y se puso a imitar a Elvis ahí en medio. Empecé a cantar, y luego me subí a una mesa y me puse a mover la pelvis como el Rey. Pensé que me iban a echar, pero en cambio la gente empezó a aplaudir y a corear. Y cuando acabé se me acercó Ronda Rogers, que era una chica guapísima que por supuesto estaba fuera de mi alcance y me dijo: «Woody, soy la vicepresidenta del club de teatro, y creo que deberías apuntarte». Lo hice. Y no tardé en salir con ella. Eso me hizo querer ser actor.

-Desde que se presentó en septiembre en Venecia, ‘Tres anuncios en las afueras’ ha contado entre las películas favoritas a amasar nominaciones y premios, como ha ocurrido en los Globos de Oro. ¿A usted le importa ese tipo de reconocimientos?

-Ni lo más mínimo. Esta vida que tengo es de por sí un premio. Lo único que me importa es que la gente vea las películas que hago. Por lo demás, carezco de ego.

-No todo el mundo en Hollywood puede decir lo mismo, ¿verdad?

-De hecho, el exceso de egos es la gran lacra de Hollywood. Lo sé porque llevo 30 años en este negocio y las he visto de todos los colores. En cuanto te haces famoso, de repente te ves rodeado de gente que no te conoce de nada pero aun así te inunda con su amor, y es fácil que eso te confunda. Será que muchos actores no recibieron suficiente amor de pequeños, no sé. En todo caso, un puñado de elogios hipócritas no mitigarán esas carencias.

-En los últimos dos años ha rodado usted 10 películas. ¿Es que nunca descansa?

-Sí, es cierto que he estado trabajando en exceso. No sé cómo ha sucedido. Haces una película que conecta con el público y de repente tu teléfono empieza a sonar. Pero sé que no va a durar mucho. Cuando la gente ve la misma cara demasiado a menudo, se aburre.

-¿Puede contar algo acerca de ‘Solo: A Star Wars story’, una de más esperadas del 2018?

-Podría hacerlo, pero acabaría muerto. Nunca en mi carrera me había encontrado con tanto secretismo. Ni siquiera me proporcionaron un guion al uso. Me dieron un e-reader que estaba encriptado con una clave larguísima. Y cada vez que salía del set tenía que hacerlo cubierto con una manta. En todo caso, debo reconocer que me lo pasé muy bien. Y no diré nada más. Me agoto solo con pensar en la cantidad de veces que tendré que esquivar estas preguntas en los próximos meses.

-¿Cómo le va con la prensa?

-Bien, pero nunca he llegado a saber lidiar con las preguntas personales. Alguien me dio un buen consejo para esquivarlas: «Simplemente asiente y contesta lo que te dé la gana relacionado con la película que estés promocionando». Pero no sé hacerlo. Sea lo que sea lo que se me pregunta, yo contesto. No tengo nada que ocultar. Soy un hippy y me gusta andar descalzo. Poco más.

-En una entrevista dijo que sexo y drogas le hicieron más listo.

-¿Dije eso? ¡Madre mía! Pero bueno, el escritor William Blake dijo: «El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría». Si eso es cierto, entonces yo debo ser sabio. Extremadamente sabio.

-¿Se arrepiente de algo?

-Bueno, era muy joven cuando me llegó la fama. Bebí demasiado, me entregué a ciertos vicios con alegría y tuve encontronazos con la policía. Hice un montón de estupideces. Así que, me arrepiento de muchas cosas. Pero no pienso hablar de ellas.