El director teatral esloveno Tomaz Pándur, fallecido ayer, preparaba un nuevo montaje para la próxima edición del Festival de Teatro de Mérida, donde ya dirigió a Blanca Portillo en una versión de Medea .

Pándur tenía 53 años y su agenda llena a rebosar de proyectos en todo el mundo, entre ellos dirigir para el Festival de Mérida, según adelantó a Efe el director del certamen, Jesús Cimarro, que estuvo hace un mes con él preparando el proyecto, sobre el que no concretó más.

Uno de las razones esenciales para dirigir teatro en España eran sus actores, especialmente Blanca Portillo, "su" Hamlet, quizá por eso el esloveno Tomaz Pandur, era tan apreciado por quienes trabajaron con él como por los programadores.

Sus adaptaciones en España fueron premiadas con varios Max, sus obras --Barroco , Alas (para la Compañía Nacional de Danza), Infierno o Hamlet .- colgaban siempre el cartel de no hay entradas y sus ideas para los clásicos, de Shakespeare a Goethe, venían precedidas de la expectación que provocaba su iconoclasta, metafórica y simbolista visión del mundo.

El director de teatro, cine, ópera y ballet, uno de los regidores más aclamados de Europa, murió al mediodía de un infarto en Skopje y lo hizo en brazos de sus compañeros, cuando ensayaban en el Teatro Nacional El Rey Lear , de Shakespeare, autor por el que sentía debilidad.

Acababa de llegar de Bogotá, de particpar en su Festival Iberoamericano de Teatro, donde había dirigido Fausto , de Goethe, con un gran éxito y solo llevaban un día de ensayos.

TRABAJOS EN ESPAÑA En 2009, Pandur (1963, Mirabor) dirigió en Madrid, para las Naves del Matadero del Teatro Español, uno de los montajes más impactantes que se han hecho de Hamlet , con Blanca Portillo, "dueña de un incomparable poder de creación", en el papel del atormentado príncipe y una turbadora escenografía. La actriz, muy emocionada, solo ha querido decir a Efe que era "un momento muy duro" para ella.

Shakespeare, decía entonces en una entrevista con Efe Pandur, había estado "desde siempre" en su ánimo porque ese clásico era "el libro del alma para la eternidad", un "drama iconoclasta" para el que el ser humano "se prepara toda la vida".

La estrenaba, en el Matadero, después del éxito con Barroco --también protagonizada, en 2007, por Blanca Portillo-- "respetando cada palabra del original" pero, a la vez, siendo "radicalmente distinta".

Su principal reto era que el público no iba a ver en Hamlet "a una mujer ni a un hombre ni a un andrógino, sino a un ser humano", ese era para él el reto más hermoso, porque superaba "la determinación sexual para contar la verdad de una persona". Quiso de nuevo a Portillo porque, decía, no había en el mundo ninguna actriz mejor que ella para encarnar "el nuevo concepto del teatro".

Pero también estaba "inmensamente feliz" del resto de su "equipo de ensueño, un dreamteam ", con "jóvenes gigantes" como Asier Exteandía, un "niño prodigio" con el que trabajaba por tercera vez, Hugo Silva, Quim Gutiérrez o Susi Sánchez.

Sus escenografías reverberaban y enredaban al espectador haciendo que el personaje fuera "él y a la vez el otro lado del espejo". "Veo en todos su reflejo: enormes paisajes de soledad, miedo y amor. Es por eso por lo que Hamlet es mucho más que el príncipe de la melancolía, es un guerrero que lucha por la verdad y el amor, como yo mismo", se reía.

El teatro, "un bellísimo organismo vivo", era para él "un trabajo durísimo" porque no lo entendía sin darlo absolutamente todo: "Lo tienes que hacer con todo tu corazón o no hacerlo", afirmaba casi proféticamente.

El autor acababa de hacer en Bogotá, con Miguel del Arco, Fausto , el montaje que ya había estrenado en el Centro Dramático Nacional en 2014, con Roberto Enríquez y Ana Wagener, entre otros.

"Tomaz Pándur es un cazador de momentos, echa todos los ingredientes y están ahí", decía Enríquez entonces en una entrevista, a lo que él respondía que los actores españoles trabajaban "desde la necesidad, desde una respuesta pura e intelectual", y contribuían a que él tuviera una idea "tan fantástica" de España y de su teatro.

En 2011, llevó al teatro La caída de los dioses , la película de Visconti, y embriagado por su triste belleza lo hizo de una forma inédita, "plano a plano", como una película "en vivo", protagonizado por Belén Rueda en el papel que hacía Ingrid Thulin y Pablo Rivero en el de Helmut Berger.

El agua y la luz eran el espejo, la cartografía de la melancolía, de la soledad y la inmortalidad, constantes en su universo, del que el ya será su montaje póstumo, El rey Lear , bebía también.