Su despacho de la avenida Pierre 1º de Serbie, junto a los Campos Elíseos, era un monumento a la bohemia. En septiembre del 2007, Eric Rhomer recibía allí en medio de un caótico cúmulo de libros, papeles y partituras de piano, para hablar de su último filme, Los amores de Astrée y Céladon , con una simplicidad desarmante. Sin jefes de comunicación ni ayudantes pululando a su alrededor .En eso también se distinguía de los cineastas consagrados. Se tomaba su tiempo para responder y su mirada azul era un concentrado de vitalidad. Ayer, la mirada de este fundador de la nouvelle vague se apagó dejando tras de sí 25 largometrajes y medio siglo de carrera consagrada al séptimo arte. Con él desaparece una leyenda del cine de autor europeo. Uno de los arietes del grupo integrado por Jean-Luc Godard, François Truffaut o Claude Chabrol, que, a finales de los sesenta, revolucionó en cine, despojándolo de artificios, desdeñando el aspecto más comercial y dando al traste con las convenciones. "Yo soy el que se ha mantenido más fiel a sus principios", reivindicó en declaraciones a este diario quien definía el cine como "un arte en el que el director debe controlar todo el proceso, igual que un pintor su obra".

CANDIDATO AL OSCAR Una obra que incluye filmes de culto como Mi noche con Maud (1969), por el que fue nominado a un Oscar. Destacan también La mujer del aviador (1981), El rayo verde (1986), El amigo de mi amiga (1987) o Los cuentos de las cuatro estaciones , realizados en los años 90. Nacido Jean-Marie Maurice Schérer, en Tulle, en el centro de Francia, este profesor de letras destinado a una carrera literaria decidió abandonarlo todo por el cine. Su escuela, y su trampolín a la dirección, fue su paso por la revista Cahiers du cinéma , en la que ejerció de crítico y de redactor jefe entre 1957 y 1963. Para mantener su independencia y su libertad, creó su propia sociedad productora desde la que construyó su sello marcado por la austeridad y la agudeza intelectual.

Fiel a su estilo, el cineasta francés cuidaba con esmero de la luz, los decorados naturales y, a diferencia de sus coetaneos de la nouvelle vague, evitaba tanto la provocación como los actores famosos. No le interesaban ni el star system ni el mundo de Hollywood. Tampoco recibió ningún César, los Oscar de la indústria del cine francesa. "No busco ese tipo de recompensa, lo que busco es complacer al público. Un público restringido, no muy extenso, pero que me quiere y me es fiel", explicaba el cineasta. También se mostraba muy crítico con el papel de la televisión, a la que acusaba de haber "abandonado el cine". Rhomer pertenecía a una rara estirpe de intelectuales discretos y pudorosos, pero irreductibles.