Harold Bloom, hombre y nombre indispensable para entender siglos de creación literaria y las últimas seis décadas de su crítica, falleció el lunes en un hospital de New Haven (Connecticut). Tenía 89 años y se despide como una figura tan prodigiosa como controvertida, especialmente por su férrea defensa de la superioridad de las tradiciones literarias occidentales cuyas obras cumbre recogió en El canon occidental.

La universidad de Yale -donde se doctoró en 1955 y estuvo enseñando hasta la semana pasada pese a su debilitada salud-, el mundo académico en general y también las listas de superventas se quedan sin una auténtica rareza. Porque Bloom, autor de obras como La ansiedad de la influencia, Cómo leer y por qué, El libro de J o El futuro de la imaginación fue una eminencia que se ganó el apodo del «King Kong de la crítica» pero con parte de su prolífica y exigente producción (más de 40 títulos propios y centenares de ediciones en otras obras) logró también una inusitada popularidad.

Nacido en el Bronx como quinto hijo de inmigrantes judíos de Europa del Este que no hablaban inglés, brillante estudiante y mente privilegiada, Bloom era un elitista orgulloso, resistente enfático a la cultura popular. La tesis de su canon era que el universo literario giraba alrededor de 26 figuras centrales como Dante, Chaucer, Cervantes, Whitman, Kafka, Borges, Freud, Joyce y, sobre todo Shakespeare, su «dios mortal» Aquel canon se completaba con cientos de otros títulos (aunque luego renegó de la lista) y contenido y esencia fueron y nunca dejarán de ser objeto de feroz debate, especialmente por el abrumador dominio de hombres blancos (entre los 26 centrales aparecen Austen, Dickinson y Wolf).

EL PLACER ESTÉTICO / Aunque en Anatomía de la influencia suavizó su posición canónica reconociendo que un crítico está obligado a tomar en serio otras tradiciones, incluyendo no occidentales, y su trabajo también se abrió en cuestiones de género, Bloom opinaba que el trabajo literario no es un documento social o político y debe disfrutarse sobre todo por el placer estético. Y por eso denostaba abiertamente a académicos de lo que llamaba «escuela del resentimiento»: deconstruccionistas, feministas, multiculturalistas, marxistas, africanistas o neoconservadores que según él traicionaban el propósito esencial de la literatura. En una entrevista enel 2003 denunció, por ejemplo, que «en gran parte los estudios literarios han sido reemplazados por ese increíble absurdo llamado estudios culturales que no son culturales ni estudios.