Con esa muerte tranquila, cuyas causas no especificó la fundación que lleva su nombre y que ha dejado encargada de la gestión de su legado, el arte perdió ayer a Merce Cunningham, un hombre que logró personificar su esencia: la osadía, la belleza, la imaginación, el virtuosismo, la revolución, la sorpresa y , en definitiva, la creación de un camino que solo pueden construir algunos privilegiados para que el resto de la humanidad llegue a lugares inalcanzables de cualquier otro modo. Las puertas de su estudio en el West Village se abrían ayer para todos los que quisieran acercarse al lugar donde, hasta el último momento, siguió creando uno de los coreógrafos más relevantes de la historia, que dio un papel inusitado al azar íalgo muy distinto a la improvisacióní y que reinventó la danza en parte haciéndola independiente de otros elementos como la música, despojándola de la obligatoriedad de una estructura narrativa.

Se pedía que nadie llevara o enviara flores. El dinero tendría mejor uso si se donaba a su Plan Legado, una innovadora hoja de ruta que dejó trazada para preservar su obra y los derechos de su gestión. Su compañía íque el próximo noviembre recalará en el Mercat de les Florsí, según ese plan, entrará en una gira internacional de dos años tras los que bajará el telón para siempre.

Nacido en Centralia (Washington) en el año 1919, Merce Cunningham fue el único de sus hermanos que no siguió el camino de la abogacía como su padre. En esa ciudad maderera dio sus primeros pasos de baile.

En 1939 aterrizó en Nueva York, listo para convertirse en el segundo hombre que se integraba en la compañía de danza de Martha Graham. Y nada más pisar la ciudad y mirar el skyline dictaminó: ±Este es mi hogarO. Lo fue para siempre ya, aunque en sus coreografías se mantuvieran a menudo conexiones con su pasado y aunque fuera en Europa donde primero le llegara un reconocimiento que ahora es universal.

Merce Cunningham, uno de los pioneros en el uso de los ordenadores en la coreografía, llamaba danza a lo que muchos otros les costaba identificar como tal. Y, como decía ayer el director ejecutivo de su fundación, Trevor Carlson, ±no dejó que le guiaran las convencionesO.

Se empeñó en no repetirse --"prefiero la aventura a algo que está fijado", dijo en una ocasiónè--. Llamó al azar "un modo de liberar la imaginación de sus propios clichés". Colaboró con grandes artistas de la segunda mitad del siglo XX, como Jasper Johns, Andy Warhol y Robert Rauschenberg. Pero su más íntimo colaborador fue, hasta su muerte en 1992, John Cage. Eran pareja desde los años 50, pero no lo confirmaron oficialmente hasta 1989, cuando el músico dijo, con una inocencia que pilló al mundo por sopresa: "Yo cocino y Merce lava los platos".

Cunningham bailó y coreografió, innovó y emocionó haciéndolo. "En la historia del arte, explicó en una ocasión, algo desconocido se hace parte de la sociedad y todo el mundo lo acepta. El artista obviamente sigue avanzando.", dijo.