Hay galardones esperados, de justicia, en los que unánimemente se celebra el acierto del jurado... el Premio Cervantes que ayer recibió la escritora barcelonesa Ana María Matute, a sus 85 años, es todo eso y algo más: es un Cervantes por aclamación, reclamado por colegas y amigos cada vez que año tras año se le negaba, al que el jurado (ahí estaban Juan Marsé y Esther Tusquets para cerciorarse) no podía decir una vez más que no. Hasta firmas se recogieron hace un año. Matute, que tras varias operaciones ya no está en condiciones de cumplir su promesa de celebrar el galardón dando "saltos de alegría", sí lo hizo ayer, exclamando, una vez entonada su voz de niña cantarina, que estaba "enormemente emocionada, contentísima y enormemente feliz" por un premio que demuestra una vez más que ±la vida es mágica", que "todo" lo sucedido ayer "también es mágico". El premio de las letras hispánicas llega por una obra que se mueve entre el realismo y "la proyección a lo fantástico", como destacó Juan Marsé, Cervantes en 2008, y por poseer "un mundo y un lenguaje propios".

Ayer, en una rueda de prensa, rememoró los inicios en los que un ambiente crítico "un poquito maligno, pequeño, triste, estúpido" le aplicaba el calificativo de "tremendista" y después miraba con displicencia su reivindicación de una infancia truncada por la guerra y una fantasía extirpada por los adultos. Varias facetas de su obra que, en su opinión, tienen algo en común, presente en todos los libros que ha escrito, en los que, "desde el primer cuento", siempre estuvo presente "el mismo deseo de transmitir la sensación de desánimo y pérdida" ante una vida que se resume así: "Vivir es perder cosas. Y ganar algunas".

Matute recordó también las dos décadas de hundimiento e inactividad ("la depresión no sabes por qué viene, aunque el médico me dijo que la vida pasa factura, que había tragado muchos sapos") de la que le arrancó la agente literaria Carmen Balcells, para quien tuvo un agradecimiento especial por haberla "secuestrado" hasta que entregó la obra de su gran retorno con Olvidado Rey Gudú , en 1996.

Aunque otros años su nombre sonaba cada vez que se acercaba el Cervantes, Matute sostiene que en esas ocasiones "ni sabía cuándo se fallaba", porque nunca creía que se lo fuese a dar. "En cambio este año me llegaban más voces, veía que esta a lo mejor sí, que a lo mejor no soy tan mala. Así que tengo que confesar que esta noche no he dormido".

El anuncio del premio por parte de la ministra, antes de la hora prevista, llegó mientras estaba en la peluquería, preparándose. Era un secreto a voces. "El jurado estaba en deuda. Es uno de esos premios que no discutirá nadie, que hará feliz a todo el mundo", comentó el escritor Juan José Millás. "El ambiente apuntaba claramente a Matute", añadía el miembro del jurado Gregorio Salvador.

Académica desde 1996, el Cervantes le ha llegado a Matute tres días después del ingreso en la RAE de Soledad Puértolas. Ella ha sido la tercera mujer en ganar el Cervantes, tras María Zambrano y Dulce María Loynaz. "Las mujeres de mi generación hemos tenido más fácil dedicarnos a la creación, pero ella siempre declaró su firme vocación de ser narradora. Mantenerla y hacer de eso una forma de vida es un ejemplo maravilloso para todas las mujeres que nos dedicamos a la cultura", valoró ayer la ministra Angeles González-Sinde.