Un Auguste Rodin, a sus 64 años, ocultándose en el armario de las pinturas para besarse con la pintora Gwen John, de 28, era toda una imagen que podía empañar la reputación del artista. Se amaban, afirma la escritora Goldie Goldbloom. La joven y decidida artista llegó desde su Gales natal al parisino Montparnasse de principios de siglo tras recorrer Francia a pie con otra mujer pintando retratos para poder comer. Llegó a mandar a Rodin más de 2.000 cartas escritas e ilustradas a mano y él, motivado por su amor por Gwen, hizo algo «innovador y sorprendente para la época», cuando acababa de terminar su escultura ‘El pensador’: le encargaron una estatua de homenaje al pintor James McNeill Whistler, fallecido hacía poco y que había sido profesor de Gwen, y, en vez de retratarlo a él, creó una escultura usando a su amante de modelo y la llamó ‘Musa escalando la montaña de la fama’, mostrando «una ambiciosa liberación de energía hacia el cielo». Aquella obra fue un punto de inflexión en su carrera.