El Museo del Prado, que tanto amaba Francis Bacon (Dublín, 1909-Madrid, 1992), en el que se encerraba sin público para observar y escuchar lo que le decían sus admirados Goya y Velázquez, le devuelve ahora el favor con amor y con todos los honores y descubre la "carga emocional" de su dura, inquietante y desgarrada obra. Después de Picasso es el segundo artista del siglo XX que goza de la consideración de clásico para que la pinacoteca acoja en sus salas una retrospectiva --recién llegada de la Tate de Londres y antes de viajar al Metropolitan de Nueva York-- como homenaje en el año de su centenario.

Aunque los Príncipes de Asturias la inauguran el lunes, la muestra se abrirá al público el martes hasta el 19 de abril, 10 días antes de cumplirse 17 años de la muerte del artista, ocurrida en Madrid donde se encontraba pasando una de sus habituales estancias. Pese a ser asmático falleció de una crisis cardiaca.

Las 78 obras de la exposición hablan del desasosiego y la violencia que fueron una constante en su vida y que han hecho de él uno de los artistas más representativos del siglo XX. Bebió de los grandes pintores clásicos, replicó a los que con clichés ya caducos intentaron clasificar sus primeras obras como surrealistas y, sobre todo, fue el que mejor sacó a la luz un yo interior torturado y marcado por las dos guerras mundiales y la guerra fría, además de la explosión de cambio de los años 60 y 70.

El Museo del Prado se interesó por esta retrospectiva hace dos años y medio, cuando la Tate de Londres comenzó a preparar el centenario de su nacimiento.

La exposición, que cuenta con un importante contribución de colecciones privadas, recorre toda la vida artística de Bacon, desde sus inicios a mediados de los años cuarenta hasta el final de su vida, y se estructura en varios capítulos que definen las obsesiones que marcaron su creación: animalidad, aprensiones, crucifixión, crisis, retrato o épica. Una de las salas reune mucho del material que se encontró en su estudio tras su muerte, que le sirvió de inspiración para sus óleos. Se trata de fotografías de sus parejas y amigos, colajes y cientos de recortes de prensa y publicaciones. Entre los 16 trípticos reunidos por el Prado, destaca uno de 1984 que no ha viajado a Londres ni lo hará a Nueva York.

ARTISTA FILOSOFO Para los expertos, el pintor irlandés fue "uno de los grandes filósofos de su tiempo". Fue un apasionado seguidor de Freud y del psicoanálisis, que le marcó en una existencia al límite, con una homosexualidad vivida intensamente, sobre todo en aquellos rígidos y oscuros años 50 --sus parejas fueron conflictivas: Peter Lacy era violento y alcohólico y George Dyer se suicidó con barbitúricos--, y un ateísmo que no le impidió elegir el retrato del papa Inocencio X de Velázquez para realizar una serie de variaciones de gran fuerza expresiva.