¿Para quién va a escribir? ¿Para sí mismo? Qué asco. Aunque quizá: hay gente así. Es una frase que cito de memoria porque no tengo el libro a mano (¿era ‘Cuaderno de la Dama de Otoño’? ¿era ‘Charlas con Troylo’? ¿o ‘El águila bicéfala’? No recuerdo. Los artículos de Antonio Gala han estado tan en mi vida lectora que se me desdibujan los títulos de los volúmenes en que los recogió la editorial). Yo, en aquellos entonces, con doce o trece años, llenaba cuadernos enteros que metía en una caja fuerte solo para mí (en fin: para mí y mis hermanos, que la abrían con un clip) y sentí esa rabia furibunda de los primeros pudores.

Luego me di cuenta del horror que hubiera sido que Cervantes, Shakespeare, Dickens, Carmen Martín Gaite o esa inteligencia suprema llamada sor Juana Inés de la Cruz hubieran escrito para ellos mismos. Qué asco, sí. Y qué pena.

En aquella época solía pensar que cada persona era un diamante y un misterio, todos dignos de ser desentrañados. A veces lo pienso aun hoy, cuando me encuentro con alguien interesante. El resto me escandaliza: hace mucho que dejé de pensar que todo el mundo es bueno y mi fe en la humanidad es justita, un cinco raspado con suerte.

Luego miro a algunas personas y el cinco es matrícula de honor y agradezco tener a mano este pedacito de territorio pequeño, una butaca en el Palacio de Congresos Manuel Rojas de Badajoz, esta localización horaria, las ocho y media de la tarde; esas escaleras de la entrada, que se vuelven también las de la salida, para abrazar a mucha gente que las sube acarreando un cello, un violín, una trompa, con los chaqués y las faldas largas, cómo están los niños, hice un pan magnífico el otro día y me acordé de ti, me tienes que dar la receta de la masa de la pizza de tu familia (sí: hay un italiano en la Orquesta de Extremadura. Sigo sin receta y seguimos sin haber comido pizza porque se nos metieron la vida y la pandemia y la crianza de por medio).

No han estado muy parados, porque han grabado con artistas como Luis Pastor o Mili Vizcaíno y el violinista Santiago Pavón, que es de lo más didáctico encima de un escenario (nunca volveré a escuchar el Quijote de Strauss de la misma manera) se ha dedicado a desgranar el programa que nunca fue, amén de otras muchas canciones que han tocado en su casa y han ido compartiendo en redes. Pero yo tenía ganas de ver ya, aunque fuera con poco más de 400 entradas a la venta, aunque sea con mascarilla, aunque sea sin poder abrazarnos ni besarnos, a Álvaro Albiach dirigir este programa.

La elección de los temas no es casual.

El ‘Réquiem para cuerdas’, de Töru Takemitsu, «es una reflexión sobre la pérdida», ha dicho Albiach: «Con un gesto amplio en cuanto a su lirismo, pero bien articulado en cuanto a su desarrollo. Es una pieza que, desde lo más profundo del sonido de las cuerdas nos hace reflexionar sobre la pérdida y creímos en la Orquesta que era muy adecuada para volver a la actividad después de un periodo en el que la pérdida, lamentablemente, ha tenido tantísimo protagonismo».

Se lo dedicó a la memoria de su colega y amigo, el compositor Fumio Hoyasaka y servirá para recordar a los fallecidos en una pandemia cuyas cifras no han parado de crecer.

No habrá ensayo. Luego vendrá Beethoven: ‘La Quinta de Beethoven’ —su ‘Sinfonía número 5 en do menor’—, esencialmente, para mí es un viaje desde el desgarro hacia el fortalecimiento de la personalidad y del espíritu. Desde ese enérgico comienzo con los tres golpes del destino tan archifamosos y conocidos, envueltos en este clima pesimista de do menor, hasta el último movimiento, en el que abre las puertas para que entre el aire fresco y nos obsequia con ese optimismo, con esa enorme marcha. Más que optimismo yo creo que es un canto a la esperanza y un canto a la superación”.

Su salud estaba empeorando cuando la compuso, se estaba quedando sordo, tardó cuatro años (entre 1804 y 1808) y Europa comenzó a guerrear de nuevo (Napoleón a la cabeza). «La estructura interna de los movimientos, su ejecución, su instrumentación, la forma en que se suceden uno y otro: todo lo que entre los temas genera la unidad, que tiene el poder para mantener al oyente firmemente en un estado de ánimo interior». Lo escribió E.T.A. Hoffmann, escritor, jurista, pintor, compositor, conocido sobre todo por sus cuentos.

Me apena sobremanera ese genio que comenzó a rehusar la compañía porque no podía escuchar a los demás.

Va a ser un reencuentro raro, este. Un reencuentro con mascarillas, con geles hidroalcohólicos, con muchos asientos libres, pero un reencuentro al fin. Como aquella primera vez que quedamos con un amigo. Como aquella primera vez que, en la salida semanal para ir a la compra, vimos a un amigo en el supermercado y nos brillaron los ojos y nos paramos a distancia para hablar y fue hermoso y estuvo bien y fue bueno.

Hay reencuentros que parece que hemos estado esperando toda la vida. Pero, por favor, sean prudentes, sigan las normas. Y, mientras tanto, que suene la música. Que pueda sonar siempre, alto y confortante.