Érase una vez, en la corte de Eisenach, un pequeño engendro llamado Kleinzach, un bufón feo y contrahecho, con una joroba por estómago, la nariz negra del tabaco y unos pies deformes que crujían cuando intentaba caminar.

En mi Navidad (y mañana comienza oficialmente la Navidad: no hay más que ver la programación cultural de estas fechas) siempre es Alfredo Kraus quien canta Los cuentos de Hoffmann y hace cric crac y estamos reunidos esperando a Papá Noel en casa de mis abuelos, que se llama Papá Noel y no Santa Claus ni Santa ni San Nicolás y llega la Navidad con sabor de mazapán, de turrón, de mieles y de pan y vamos a celebrar la familia en el hogar nuestra Nochebuena una vez más, con nueces, peladillas y un poquito de champán, cantando una canción que diga con mucha humildad... Qué huérfanos nos dejó Miliki cuando se murió. Si tienen de 38 a 40 y pico años, estarán tarareando esta canción como podrían cantar ahora conmigo Do es trato de barón / Re, selvático animal / Mi denota posesión o, mejor aún (que se nos note la educación en colegios bilingües): Doe, a deer, a female deer / Ray, a drop of golden sun / Me, a name I call myself.

Porque las Navidades de mi infancia las pasábamos huyendo de los nazis y viendo a una monja colgar los hábitos por un señor que era una especie de militar casposo y amargado, muy guapo pero con menos habilidades sociales que un elápido, pero que de pronto cogía la guitarra, miraba lánguidamente a la lontananza y cantaba Edelweiss, edelweiss, blanca flor de los Alpes como nadie, virginal claridad tienes al saludarme. Y allí estaba Julie Andrews, apoyada en la pared, arrobadita perdida y loca de amor primero.

Pero nunca vi Lo que el viento se llevó. Nunca he visto Lo que el viento se llevó. Y tampoco Qué bello es vivir, que es la película navideña por excelencia. Pero sí, por supuesto, Los Gremlins. Y cantábamos De las doce palabritas dichas y retorneadas dime la una. La una: que nació en Belén la Virgen Pura. Y Silent Night, en inglés. Y White Christmas, en inglés y en español. Y aprendimos el significado de la palabra Quimera y la noche acababa o comenzaba con el Bella Ciao.

Yo no sabía entonces que Bella Ciao era una canción de resistencia.

Tampoco sabía que, en las sucesivas Navidades, iba a faltar tanta gente a la mesa.

Incluso habiendo niños que abren los ojos como platos la primera vez que ven las luces, incluso con el olor de las castañas asadas, el trajín de decorar la casa (doble trajín si tienes gatos), los villancicos de Elvis Presley y Frank Sinatra sonando junto a Harry Connick Jr y Bing Crosby y todo el Rat Pack, los encajes de la agenda para quedar con amigos que viven en Plasencia o en Madrid, los sobrinos que quieren jugar con todos los muñecos a la vez, las compras, las compras, las compras, los polvorones, los turrones, el hummus, los patés de setas y de tomates secos, los quesos de anacardos, la lista de los regalos, los libros, el papel de envolver y las cintas, el vinito que se le deja a los Reyes Magos... Incluso con todo eso, las Navidades pueden ser muy duras.

No hay respuestas mágicas para el duelo, salvo llorar un poco cuando a uno le apetezca y quizá, salir a ver algún concierto, o al teatro con los hijos o los sobrinos o los nietos, ahora que hay muchas obras infantiles.

Este año moría Fulgen Valares, inesperadamente. Antes, nos dejó muchas obras de teatro: algunas siguen de gira, como Ratones, de La Escalera de Tijera. Se basa (también eran los libros que nos regalaban en Navidad: las fábulas de Esopo, de Iriarte y Samaniego ilustradas por María Pascual) en El ratón de campo y el ratón de ciudad y Roberto Calle y Rüll Delgado son dos ratones muy amigos que viven en mundos distintos, casi antagónicos, cerrados, Camp y Urbi, buscando las diferencias y, también, cómo encontrarse y cuán necesario es escuchar al otro e intentar comprenderle.

Alicia en el País de las Maravillas nos enseñó, en una frase, la importancia que tiene saber quién maneja los discursos. También el horror del poder absoluto y la tiranía y la ansiedad y la falta de tiempo y otro sinfín de cosas más porque los juegos de Alicia que escribió Lewis Carroll son inabarcables. Es uno de los libros más asombrosos que podremos leer jamás.

La música se la puso Disney. En realidad, se la pusieron un sinfín de compositores (en Alicia, Oliver Wallace; en Blancanieves, Paul Smith, Leigh Harline y Frank Churchill y así podríamos seguir hasta La Sirenita, por ejemplo), pero parece que Disney es el compositor. Los Chicos del Coro, en su nuevo espectáculo, utilizan las músicas de las películas del tío Walt, que también nos sabemos los mayores. Por si cantando podemos aventar las penas. Siempre nos quedará ver, por enésima vez, Sonrisas y lágrimas.

‘Ratones’. Viernes, 21 de diciembre. 18.30 horas. Gran Teatro (Cáceres).

‘Alicia en el País de las Maravilas’. Miércoles, 26 de diciembre. 18.30 horas. Gran Teatro (Cáceres).

‘Los Chicos del Coro’. Jueves, 27 de diciembre. 21.00 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz).